Un recorrido por la crónica urbana como herramienta para contar lo invisibilizado, lo oprimido, a través de la vida de Pedro Lemebel, escritor chileno que supo poner sobre el papel las injusticias impuestas por el modelo neolibreal en un Chile atravesado por la época dictatorial. Una vida de escritura al servicio de las minorías, contra la discriminación de género, corriendo los límites de lo marginal, de las periferias. Si entre sus letras se cuela la calle retratada en los “colas” (putos), las “putas”, el sida, las travestis, las poblas (villas), la dictadura, lxs torturadxs, la noche, el sexo, la rabia, los amores y la “peligrosa pasión”, entonces, ¿quién no ha leído a Lemebel?
*Ilustración: Magia Linyera para Alta Trama.
“La literatura es trascendentalista, uno escribe para mañana, para el próximo siglo. La literatura no recoge la basura con la que se topa cada día, yo sí, yo la recojo y la adorno, y la hago brillar”, Pedro Lemebel.
De lengua punzante y sensibilidad radiante, Lemebel fue de esos escritores, como algunxs otrxs, que toman la decisión política de contar -hacer arte- desde lo no contado, lo invisibilizado, o como lo definía él: “Poner en escena lo que está ausente en el itinerario público nacional [chileno]. Lo segregado, agredido, negado”.
Si entre sus letras se cuela la calle retratada en los “colas” (putos), las “putas”, el sida, las travestis, las poblas (villas), la dictadura, lxs torturadxs, la noche, el sexo, la rabia, los amores y la “peligrosa pasión”. Entonces, ¿quién no ha leído a Lemebel?
“De perlas y cicatrices”
“Cuando llueve todo se moja, dice un refrán, pero aún más los pobres que ven anegarse el metro cuadrado de sus viviendas con los chorros hediondos de la inundación. Y es que el invierno, la estación más desnuda del año, revela las carencias y pesares de un país que creyó haber superado la fonola tercermundista, un país narciso que se mira la nariz en los espejos de los edificios, un país que se piensa modelo de triunfo, y al menor desastre, al menor descuido, la indomable naturaleza manda guarda abajo el encatrado del éxito.” Fragmento de La inundación, De perlas y cicatrices (1998).
El escritor chileno (1952-2015) habitó la literatura, por sobre todo, desde el género de la crónica urbana, donde supo reflejar la cotidianidad invisibilizada chilena, esa “basura” que él hizo brillar y que le tocó vivir desde su nacimiento en Santiago a un costado del canal el Zanjón de la Aguada en la más absoluta pobreza o en su recorrido “marica” a lo largo de su vida.
“En ese revoltijo de olores podridos y humos de aserrín, «aprendí todo lo bueno y supe de todo lo malo», conocí la nobleza de la mano humilde y pinté mi Primera crónica con los colores del barro que arremolinaba la leche turbia de aquel Zanjón”. Fragmento de La arqueología de la pobreza, Zanjón de la Aguada (2003).
Para Leila Guerriero, una de las cronistas argentinas más importantes de la actualidad latinoamericana, “la crónica es el momento del otro”. Y Lemebel no solo honró esa definición porque puso a través de sus crónicas en el foco siempre a otrxs, sino que también eligió sacar a flote en sus textos transgresores a todxs lxs otrxs marginadxs del chile de la dictadura y postdictadura, además de ironizar a los valores hegemónicos de turno…
“El caso de Cecilia Bolocco no fue la excepción, ya que su belleza aguachenta era similar a la de las misses anteriores. Pero de tanto insistir con esa imagen de barbie sin drama, de tanto copiar el modelito castaño claro, seminatural, casi saliendo de la ducha, y sin opinión política. Sobre todo eso, le machacaba la chaperona a la Ceci en las entrevistas. Ni hablar de la situación de Chile que, por esos años, se peleaba a bombazos su vuelta a la democracia. Menos opinar sobre el aborto y esos horrores que discuten las feministas. Porque una reina no tiene opinión, solamente habla de las bondades de su tierra: del clima, del paisaje, de los copihues, del vino y sus lindas mujeres. Todo en orden, todo tranquilo gracias al gobierno militar.” Fragmento de Cecilia Bolocco (o besos mezquinos para no estropear el maquillaje), De perlas y cicatrices (1998).
Este “productor de subjetividades culturales”, como se retrato en una entrevista en tv el 2000, además de escritor fue artista visual, etapa que lo sacó del anonimato entre los años ’80 y ’90 gracias al dúo Las Yeguas del Apocalipsis que formó junto al artista y escritor chileno Francisco Casas.
Colectivo que entre 1987 y 1993, durante la “transición democrática” chilena, se destacó por realizar diferentes acciones artísticas-políticas que se caracterizaban por aparecer de sorpresa en distintos eventos o instituciones, para reflejar alguna injusticia social coyuntural o histórica, y siempre con “una postura crítica frente al sistema artístico” de la época, según como lo documenta en su biografía el Archivo Yeguas del Apocalipsis.
Entre las más destacadas acciones “contraculturales” está La conquista de América, realizada el 12 de octubre de 1989 en la Comisión Chilena de los Derechos Humanos, cuando ambos artistas bailaron a pies descalzos una cueca, baile nacional de Chile, sobre un mapa de América del Sur que estaba cubierto de pedazos de vidrios, como denuncia por las víctimas de la colonización española.
“La ciudad sin ti… está solitaria”
“Allí la maricada desciende la amplia escalera de medio lado, como diosas de un Olimpo Mapuche. Altaneras, en la quebrada del paso que parece no tocar la hilachenta alfombra. Soberbias, en el gesto displicente de acomodarse las pinzas del pantalón recién planchado. Casi reinas, si no fuera por esos hilvanes rojos de la basta apurada. Casi estrellas, de no ser por la marca falsa del jeans tatuada a media nalga.” Fragmento de Nalgas lycra, Sodoma disco, Loca afán. Crónicas de sidario (1997).
A pesar de que con su única novela, Tengo miedo, torero (2001), tuvo mucho éxito, siempre le resultó mejor el oficio de escribir, o como él le dice: “esta pirotecnia de la letra”, en la crónica urbana, publicando sus primeras historias en la Revista Página Abierta en 1990.
Para Pedro este género, a diferencia de la novela, le fue más atractivo porque tenía la posibilidad de cambiar “permanentemente de tema”, relucir distintas aristas de la ciudad, Santiago en su caso, donde siempre, de una u otra forma, aparece lo político como resistencia, como voz de las minorías, no entendidas como un número, sino pensadas desde las relaciones de poder.
“Yo construyo una forma de decir desde la homosexualidad, desde lo proletario, de la urgencia de expresar un deseo político. Yo escribo por sobrevivencia”.
Su amiga Faride Zerán, escritora chilena y periodista ganadora del Premio Nacional de Periodismo en 2007, lo definió en una entrevista en el 2000 como: “El cronista más interesante de las últimas décadas, como un verdadero innovador de la crónica literaria chilena, como un irreverente, como un subversivo, en un país bastante reverente. Creo que la agudeza con la cual llega a los temas de fondo y la riqueza de su lenguaje, de repente medio kitsch, rebuscado, sin duda que es un aporte a la literatura actual”.
Lemebel se encargó en su transitar por este mundo de poner la escritura al servicio de las minorías, contra la discriminación de género, de correr aún más los límites de lo marginal, de las periferias. Al recorrer sus relatos, y sus puestas en escena artísticas, aparecen las minorías siempre “contaminadas” de otras realidades minoritarias: la minoría homosexual, la minoría mujer, la minoría proletaria, la minoría travesti…
En una entrevista en 2001, ante la pregunta de si la escritura de algunos escritores le atraía, esta fue su respuesta: “(…) Qué curioso, me nombraste a puros hombres. Cuando uno se enfrenta a esta empresa de la literatura se encuentra solo con nombres de hombres y escritura de hombres, la letra con sangre entra. Sin embargo yo me inclino más por las lecturas de ciertas mujeres, como la de Carmen Berenguer, me parecen interesantes, me seducen, me enamoran… La Diamela Eltit (…) Me cuesta mucho entrar en esa callosa y prostática literatura masculina”.
Sus crónicas además de retratar las historias mundanas de los suburbios capitalinos, fueron una forma de agrietar el orden establecido en un Chile tan neoliberal en lo económico como conservador en lo político. Transgresión que además provocaba él mismo cuando era invitado a alguna entrevista en un programa de tv abierta y aparecía montado en unos tacos aguja y maquillado.
Joanna Reposi, directora del documental Lemebel, cree que fue «Un luchador, no sólo contra la dictadura sino en pro de los derechos humanos, no sólo su discurso en contra de la discriminación homosexual, sino la de género, le dio voz a las etnias, a los que no tenían voz en mi país y eran discriminados en todo sentido».
“Y en ese río de llantos vimos partir a nuestra amiga, en el avión del sida que se la llevó al cielo boquiabierta. No puede irse así la pobrecita, dijeron las locas ya más tranquilas. No puede quedar con ese hocico de rana hambrienta, ella tan divina, tan preocupada del gesto y de la pose. Loba Lamar debe permanecer en el recuerdo diva por siempre. Hay que hacer algo rápido. Traigan un pañuelo para cerrarle la boca antes que se agarrote. Un pañuelo bien grande que alcance para subirle el mentón y amarrarlo en la cabeza. Amarillo no tonta porque es desprecio. A lunares tampoco porque parece mosca pop, y la Lobita nunca se lo hubiera puesto. Verde menos porque odiaba a los pacos. Celeste jamás, es de guagua prematura. A ver ese de gasa azulina con hilos dorados, ese mismo que estai escondiendo, maricón cagao con tu amiga muerta. Éste sí le queda regio y alcanza a sujetarle las mandíbulas antes que se ponga tiesa.” Fragmento de El último beso de Loba Lamar, Loco afán. Crónicas de sidario (1997).
Su libro Loco afán. Crónicas de sidario, es un conjunto de relatos en torno al Síndrome de Inmuno Deficiencia Adquirida (SIDA), como una forma de los poderes fácticos de empobrecer aún más las vidas de los “maricas” y travestis, de censurar su sexualidad, el deseo. “La plaga nos llegó como una nueva forma de colonización, por el contagio reemplazó nuestras plumas por jeringas, y el sol por la gota congelada de la luna en el sidario.”
“Adiós mariquita linda”
“A todo sudor el esfuerzo los hermana en el mismo brillo de espalda asalariada. Con panza cervecera o desnutrición queltehue, este mapa de cuerpos proletarios resulta ser la carne de cañón para el arribismo de urbe hipermoderna que ostenta Santiago. Trabajar en la construcción es algo más que escribir esta crónica, es algo más que estetizar con bonitas palabras la dura jornada de la sobrevivencia que transpiran los hombres de la contru.” Fragmento de El Flaco Miguel, Adiós mariquita linda (2004).
Pedro fue un artista versátil que entre 1994 y el 2002, tuvo un programa diario llamado Cancionero en Radio Tierra, donde leía una de sus crónicas, el espacio no duraba más de diez minutos, acompañadas de sonidos y música de escena, de una “escenografía musical”. Crónicas radiales que subieron aún más su popularidad y calaron hondo en los sectores populares chilenos, ya que como él sabía de acuerdo a su experiencia, en las casas pobres no habían libros, pero sí radios.
“Yo no sabía que estaba escribiendo crónica. Pasé de un manifiesto político a escribir esta especie de reportajes sexuados erotizados de la ciudad (…) La crónica me quedó como un traje a la medida por la multiplicidad de género que puede haber en ella, como el testimonio, las poéticas, las biografías, la carta o la canción popular”.
Lemebel militó el amor, la sexualidad y el deseo, no solo como una forma de protesta ante un status quo dictatorial y postdictadura que vela por el orden social en nombre de “la moral y las buenas costumbres”, sino también como una reivindicación de estas pulsiones que deambulan sin caretas en los sectores populares. “La literatura para mí es solo eso, una pizarra para mancharla de estrategias deseantes.”
Sus historias no solo visibilizan a lxs oprimidxs en sus miserias materiales impuestas por el modelo neoliberal de turno, porque al mismo tiempo, en esa misma pobreza, retrata sus fiestas, sus desamores, la música popular, la felicidad de algún amor errante, lxs construye como sujetxs deseantes y de ahí la incomodidad que generaba él y su arte en la élite.
“Creo que el amor en esta vida a lo mejor me está negado, quizás la misión es reinventar el amor para los otros, mis libros, mis textos están llenos de gestos de amor. El trabajo de las Yeguas del Apocalipsis es un gesto de amor tremendo con los desaparecidos, con los homosexuales”.
Su obra es una reivindicación de la homosexualidad, para él una “construcción cultural”, desde “la loca”, como una forma de subversión que “deconstruye el patrón formal” de la identidad patriarcal que nos han impuesto.
”Reivindicamos a la loca de San Camilo [barrio de Santiago], al maricón que lo tiran de un décimo piso porque busca amor (…), al que no le dan una puñalada sino diez: una puñalada por el hambre, otra por la cesantía… los maricas pagamos todo eso”.
Un cáncer a la laringe nos cortó la posibilidad de seguir gozando de su lengua y voz afilada, murió tempranamente a los 62 años el 23 de enero de 2015. Lemebel es parte del imaginario colectivo chileno, con una vigencia aún más presente después de la revolución social de octubre de 2019, donde sin lugar a dudas hubiera andado marchando con sus plumas y tacones aguja haciéndole el quite a la represión de los pacos.
“—A veces, en esos días abochornados cuando está a punto de llover. Me gustaría que estuviera lloviendo cuando… Cuando me llegue la hora pues, las flores duran más tiempo con el agua.” Fragmento de Los diamantes son eternos (Frívolas, cadavéricas y ambulantes), Loco afán. Crónicas de sidario (1997).
Porque todxs, queriendo o sin querer, hemos leído a Lemebel.
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