Algoritmos y curiosidad

Ilustración de una persona mirando su celular, con un fondo de íconos de las redes sociales e internet.

Un recorrido sobre los debates acerca del funcionamiento de las redes sociales y las formas de estar en internet. Como usuarixs, ¿somos esclavxs de sus normas o aún tenemos la posibilidad de elegir qué vemos y qué creamos? ¿Es la curiosidad el recurso frente a lo inevitable de la tecnología? Una reflexión tan actual como los cambios cotidianos del “algoritmo”.

*Ilustración: Caro Zuch para Alta Trama.

“Es difícil confiar en lo que no comprendes”. Así comienza uno de los artículos oficiales de Instagram, escrito por Adam Mosseri, Director de la empresa, a través de la cual se proponen explicar el funcionamiento de la plataforma. En el desarrollo de la explicación intentan aclarar la inexistencia de “el algoritmo”, un concepto que consideran erróneo y que según ellxs, no existe.

En este sentido, señalan: “utilizamos una serie de algoritmos, clasificadores y procesos, cada uno de ellos para un fin determinado. Queremos que aproveches al máximo tu tiempo y creemos que la mejor manera de hacerlo es utilizando la tecnología a fin de personalizar tu experiencia”.

Siguiendo la explicación, intentan una suerte de historización para desarrollar los cambios realizados en la plataforma. De este modo, indican que el nacimiento en 2010 se correspondía con un modelo que pretendía ser un flujo de fotos en orden cronológico. Sin embargo, a medida que se unieron más personas y se compartió más, se hizo imposible para la mayoría de las personas ver todo, y mucho menos todas las publicaciones que les importaban. 

Para 2016, ante la imposibilidad de abarcarlo todo, se implementó un Feed que clasificaba las publicaciones según lo que más le importaba al usuarix. Cada sección de la aplicación (Feed, Explore, Reels) utiliza su propio algoritmo adaptado a cómo la usan las personas a partir de los parámetros de comportamiento relevados. 

Esta falta de confianza que intentan suavizar con explicaciones sobre los procesos de recopilación de datos sobre lxs usuarixs, responden al extenso trabajo realizado por especialistas de diversas disciplinas acerca de los alcances de los algoritmos en la cultura contemporánea.

En este sentido, es interesante recuperar el trabajo La cultura de la conectividad: una historia crítica de las redes sociales, de José Van Dijck, investigadora de nuevos medios, acerca de la ideología de “compartir”. Facebook, pionero en la constitución de las lógicas de las redes sociales, estableció los estándares de privacidad y control de información de las plataformas que la siguieron. La autora utiliza el concepto “compartir” para analizarlo desde dos lugares: por un lado, la funcionalidad dirigida a lxs usuarixs para dar y darse a conocer y por otro, el requisito de compartir datos para hacer posible tal dinámica.

Más allá del grado de credibilidad que puedan alcanzar las plataformas con sus apartados informativos, sí es importante dejar de pensar en el término de “El algoritmo”, para pensar en “algoritmos”, teniendo en cuenta que el singular pierde de vista la amplitud de estrategias que se desprenden de las fórmulas que hoy funcionan a partir de las decisiones que tomamos en las plataformas de internet.

¿Vemos lo que deseamos o deseamos lo que vemos?

Durante 2020, The New York Times lanzó el podcast Rabbit hole, de la mano de Kevin  Roose, redactor de tecnología del diario estadounidense. El podcast propone examinar la intersección de la tecnología, los negocios, la cultura y el impacto de internet en las trayectorias personales de lxs usuarixs. 

Si bien el enfoque está más bien puesto en los peligros de la extrema personalización de las recomendaciones a través de algoritmos, es interesante el relevamiento de información para enfatizar en volver a posicionarnos como sujetos deseantes, lo que solamente se logra conociendo y reconociendo las especificidades de las plataformas con las que interactuamos.

Este “agujero de conejo” al que hace alusión el título (Rabbit hole), señala el modo en que internet se transforma en una espiral al que caemos a través del consumo de un contenido cada vez más personalizado. Durante los ocho episodios, el conductor y sus colaboradorxs dialogan con usuarixs, CEOs de grandes compañías de tecnología e incluyen información precisa sobre las plataformas. 

Uno de los puntos más interesantes del podcast es el análisis del éxito de plataformas como TikTok a partir de la constitución de sus algoritmos. En este sentido, TikTok, propiedad de la compañía china ByteDance, resulta mucho más estricta que las plataformas estadounidenses en la curaduría y en el control de lo que aparece en la aplicación. 

Esto está orientado a evitar la viralización de posiciones políticas polémicas y a crear una versión liviana de la realidad a través de los contenidos que se muestran, y se logra a partir de la sofisticación de sus algoritmos. TikTok, como las demás plataformas de redes sociales, desarrollan sus algoritmos a partir de la estandarización de comportamientos de usuarixs. 

Sin embargo, Rabbit hole alerta sobre lo interesante que resulta conocer eso que va más allá y que define la toma de decisiones de las grandes compañías: TikTok es menos importante que la empresa que la desarrolla, teniendo en cuenta su objetivo de posicionarse como líder mundial en inteligencia artificial. Más allá de lo pesimista que pueda resultar identificar la fuerza que ejerce, la curiosidad se vuelve el recurso frente a lo inevitable de la tecnología

Una nueva forma de gobernar

Si bien cualquier perspectiva crítica sobre la tecnología es válida y considerable, existen ciertos análisis que nos permiten ahondar en el tema tomando como referencia la generación de conocimiento por parte de especialistas latinoamericanos. 

En el libro Las palabras en las cosas. Saber, poder y subjetivación entre algoritmos y biomoléculas, Pablo Manolo Rodriguez desarrolla el concepto de gubernamentalidad algorítmica, como aquello que transcurre en la vigilancia distribuida e inmanente a  través de los perfiles de redes (p. 359) . 

Existe en esta era, un sistema de control que ya no se basa en la vigilancia y el encierro, sino en la potencia de los dispositivos tecnológicos y en nuestra forma de movernos e interactuar con las plataformas. A través de este proceso, es posible recolectar datos y modelizar comportamientos tomando como referencia nuestros perfiles de redes sociales, nuestros hábitos digitales de consumo, articulando los datos de compras con tarjetas de crédito, y la geolocalización de los espacios que frecuentamos. 

Uno de los puntos más relevantes del análisis es que el autor no clausura el debate entre algoritmo y control, sino que abre el juego a pensar formas de subjetivación colectiva. Podemos pensar en la dinámica algorítmica y la interacción en redes como un modo de espectacularizar la vida cotidiana pero también, es necesario pensar en las trayectorias digitales como quiebre de lógicas unidireccionales de la información, donde nacen, crecen y se desarrollan comunidades y nuevas formas de lo colectivo.

Una de las cuestiones más interesantes del análisis es ese intento por romper con la idea de pérdida de soberanía por parte de lxs sujetxs, para seguir reflexionando acerca de coordinar junto a la tecnología y no contra ella. 

Identificar la lógica algorítmica que rige el sistema de recomendados de Spotify, no implica desistir de su utilización sino más bien descubrir otras opciones, tomarlas o dejarlas, y siempre, recordar que la navegación admite caminos alternativos y personales.

Escrito en 2019, el autor señalaba que, a pesar de que el mapa seguía sin ser el territorio, cada vez se parecía más. Hoy, dadas las circunstancias y sin perder de vista la brecha digital, solo es posible pensar en territorios híbridos que requieren mapas interactivos y la acción colectiva para trazarlos.

El camino alternativo de la curiosidad

Cuando hablamos de control y vigilancia, más allá del trabajo teórico que nos ayuda  a ser críticos con el tipo de circulación del poder, no deberíamos perder de vista nuestra capacidad de acción y nuestras propias prácticas en relación a lo mismo. El campo de vigilancia trasciende al algoritmo cuando nos encontramos ejerciendo la autocensura o ejerciendo juicios de valor acerca de la actividad del otrx en la red. 

La tecnología ha abierto la puerta hacia el estudio de modos de subjetivación interesantes, que se alejan de miradas tecnofóbicas para centrarse en la capacidad de transformación trascendiendo la dicotomía de antropomorfizar las máquinas o maquinizar a lxs sujetxs.

En este sentido, la curiosidad se vuelve también un elemento clave como alternativa a desistir de las redes sociales. Hay formas de ser en internet tan reales y genuinas como las formas de ser en lo que algunxs siguen diferenciando como el universo analógico. 

Quizá la clave entonces sea configurar, a partir de la curiosidad, trayectorias digitales que potencien nuestro interés de nicho a través de una curaduría personal: placer estético, fetiches, colecciones, memes, información. No se trata de hackear al algoritmo sino de convivir con él sin perder de vista la importancia de su alcance sesgado y de una mirada crítica que nos permita mirar(nos) de cerca más allá de la superficialidad reinante. 

Esto se acerca a una propuesta a pensar desde los bordes, construir mapas y trayectorias digitales auténticas que nos permitan enriquecer nuestras experiencias offline y viceversa. Todavía hay espacio en la digitalidad para quienes gustan de las casualidades y de la intuición. Quedan por descubrir (muchas) formas de estar en internet solxs y con otrxs que no se relacionen estrictamente con la sensación de culpa de la pérdida del tiempo, con el vacío del después. 

Referencias bibliográficas

Rodríguez, Pablo Manolo (2019). Las palabras en las cosas: saber, poder y subjetivación entre algoritmos y biomoléculas. Buenos Aires, Cactus.

The New York Times (Rabbit hole). (2020). [Audio en podcast]. https://www.nytimes.com/column/rabbit-hole

Van Dijck, José (2016) La cultura de la conectividad: una historia crítica de las redes sociales. Buenos Aires, Siglo XXI.

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