Las juventudes y “lo común”: el tablero donde se juega el futuro

Tablero de juego donde en el centro está lo común. Al rededor se ven fichas con las caras de diferentes políticos nacionales: Cristina, Macri, Milei.

¿La juventud es siempre revolucionaria? ¿Podemos pensar en lxs jóvenes como un actor homogéneo? Si son sujetos clave en la (re)construcción de lo común, cabe preguntarse cuáles son las condiciones en las que emergen adolescentes libertarios en Argentina, mientras en Chile se cristaliza un proceso opuesto (al resultar electo presidente un ex-representante estudiantil que resistió contra el neoliberalismo). ¿Cuáles son las nociones de “lo común” que subyacen en las ideologías que interpelan a la juventud? A lo largo de este análisis veremos la importancia de la disputa de este sentido, en el tablero de juego donde se define el futuro.

*Por Pablo M. Villarreal, Lic. en Sociología y Ciencia Política de la UBA, Magíster en Sociología Económica por el IDAES-UNSAM y becario doctoral del CONICET.
*Ilustración de Agostina Rossini para Alta Trama.

“Los jóvenes tienen que recibir la mejor educación porque ellos son el futuro”, reza el viejo mantra que se repite en las conversaciones sobre los problemas de nuestra sociedad. ¿Cuál es el rol de lxs jóvenes como actores de la (re)construcción de un futuro común? Las totalizaciones, tanto políticas como ideológicas, suelen ser engañosas y poco productivas. Pensar en la “juventud” como un actor colectivo, homogéneo e indiferenciado, no escapa a esta operación que hacemos desde el presente.

Proponemos empezar a diseccionar esta frase para ensayar una crítica del presente, sobre todo pensando en la relación de lxs jóvenes con la política y la construcción de un futuro común. Entonces cabe hacernos una serie de preguntas: ¿De qué jóvenes hablamos? ¿Es la educación la única solución? ¿de qué educación hablamos? ¿Qué queremos decir con lo común? ¿Cómo se relacionan los jóvenes con la política y qué ideologías contemporáneas los interpelan? ¿La juventud es siempre revolucionaria?

Partamos de una premisa fácilmente comprobable que descoloca la pregunta inicial: no existe una juventud sino varias. La juventud peronista, los jóvenes militantes de La Cámpora, los jóvenes libertarios, el movimiento estudiantil chileno, las jóvenes feministas y disidentes, los que militan para alertarnos sobre el cambio climático, los jóvenes católicos y conservadores, entre otros. Es más, se podría decir que la juventud no es una en el presente, ni es la misma con el paso del tiempo. Al contrario, tiende a desplazarse en su relación con la política

La juventud y el despertar político

En Argentina, luego del conflicto de 2008 entre el gobierno kirchnerista y la Mesa de Enlace, los jóvenes que entraron a la militancia se inclinaron por el movimiento popular y el peronismo; trece años después, la juventud ya no aparece asociada al kirchnerismo sino en mayor medida al crecimiento de los libertarios que siguen a Javier Milei y lo llevaron a ser diputado nacional.

Otra trayectoria es la de Chile, donde el movimiento estudiantil ha sido un actor fundamental del proceso revolucionario de cambio social que se abrió en octubre de 2019. El hecho de que Gabriel Boric haya sido electo como presidente en las últimas elecciones nos habla del vínculo directo, y ya inter-generacional, entre el grupo de chicas que decidió no pagar el aumento del transporte público y un movimiento estudiantil que hace tiempo ocupa el rol de resistencia principal contra un régimen neoliberal. 

En este sentido, el desplazamiento de la juventud en el país trasandino parece no haber ocurrido. Pero aquí es necesario detenerse: El compromiso militante de la juventud chilena es histórico, pero nada asegura que no se produzcan desplazamientos a futuro que hagan surgir jóvenes libertarios y conservadores que tengan influencia política en Chile. La experiencia Argentina está ahí para apuntarlo.

La juventud libertaria en Argentina

Las posiciones político-ideológicas de las juventudes deben ser comprendidas a partir de cómo interpretan y actúan respecto a la coyuntura compleja del presente, determinada también por los sentidos del pasado y el futuro. La época que vivimos, la que le ha tocado a esta juventud es la de una crisis social general. No es posible pensar hoy lo social sin enmarcarla en esta crisis económica, sanitaria y social. 

En este contexto, imaginemos a un joven argentino de unos 21 años: le cuesta conseguir trabajo en un mercado que lo expulsa o lo obliga a precarizarse; por lo tanto, no puede independizarse y continúa viviendo con los padres. El estancamiento económico y la inflación lo alejan de esa posibilidad, y las medidas sanitarias ante la pandemia le dificultan salir: siente que le han quitado la libertad.

Además, observa que las políticas públicas y los anuncios gubernamentales comienzan a reconocer y redistribuir ingresos hacia sectores sociales a los que él no pertenece, como las mujeres, las disidencias y la población de bajos ingresos: ahora siente también frustración.

¿Hacia dónde puede dirigirse toda esa frustración y rabia social contenida en este joven? Más importante aún, ¿cuál será la respuesta que imagina para comprender la situación que atraviesa? Y finalmente, ¿qué posiciones político-ideológicas lo van a interpelar?   

Puede decirse que la coyuntura actual favorece la interpelación del discurso libertario que anuda anti-política, anti-estatismo, anti-igualitarismo, la apología de la libertad negativa y la aversión al feminismo. Es cierto que otras lecturas son posibles, pero también es cierto que la crisis actual genera el clima propicio para el surgimiento de posiciones reaccionarias, conservadoras y autoritarias. 

En este sentido, el posicionamiento político e ideológico de los libertarios es un reflejo desencajado frente a la crisis del neoliberalismo luego de 50 años de hegemonía a nivel global. La creciente desigualdad, precarización y financiarización del mundo de la vida que vivimos desde los años ‘70 parece haber quedado en evidencia durante los años de pandemia, cuando las leyes del libre mercado y el Estado mínimo mostraron serias deficiencias para resolver un problema que afectó a todxs.

Al mismo tiempo, la crisis se extiende en el tiempo porque parece haber poca creatividad en los sectores progresistas a la hora de construir nuevas formas de organización de lo social que le permitan ganar legitimidad y apoyo social para salir del impasse. Es en este contexto donde reaparece la pregunta por lo común.

La pregunta por “lo común”

Según el sociólogo Wolfgang Streeck, un sentido inclusivo e igualitarista de lo común fue posible en occidente mientras se mantuvo la alianza entre capitalismo y democracia, posibilitada por la construcción de los Estados de Bienestar. Esta alianza fue posible en una coyuntura histórica concreta: la búsqueda de una salida a la crisis de los años ‘30, la necesidad de reconstruir Europa luego de la Segunda Guerra Mundial y la amenaza comunista que representaba la Unión Soviética. 

A partir de los años ‘90, con el triunfo del neoliberalismo, esa alianza dejó de ser necesaria y el poder social tendió a concentrarse en las grandes corporaciones trasnacionales, vaciando las capacidades regulatorias de los Estados y generando democracias estériles e impotentes, incapaces de concretar los principios que las sostienen. Lo común en el neoliberalismo se reduce entonces al mantra libertario: “los únicos derechos que existen son a la vida, a la libertad y a la propiedad”. Esos derechos son los únicos que deben garantizar los Estados, para todo lo demás está el libre juego de las fuerzas del mercado.

Pero incluso podemos ir un poco más allá para analizar el hiper-capitalismo actual. El economista francés Thomas Piketty sostiene que el núcleo de la organización social de nuestra época, el verdadero corazón del neoliberalismo, está habitado por el neopropietarismo. Esta ideología se caracteriza por una devoción y una sacralización exacerbada de los derechos de propiedad, que se erigen por encima de todo otro derecho y que deben mantenerse de manera inalienable a pesar del paso del tiempo y sus consecuencias graves en términos de desigualdad social. 

El propietarismo es una justificación de las jerarquías sociales que ya estaba presente en el orden feudal, y que continúa siendo fundamental en las diversas formas de organización social de la actualidad. Sin embargo, el neopropietarismo es la forma más extrema de esta ideología, y que en la actualidad justifica niveles de desigualdad crecientes, comparables a los que existían en el siglo XIX.  

Al mismo tiempo, la ideología neopropietarista está articulada con una idea abstracta de la meritocracia, que tiende una glorificación del éxito individual y anula el sentido de bien común que asociamos al sistema democrático. La sacralización de la propiedad –no solo en la ideología, sino también en los sistemas jurídicos– es tan poderosa, que incluso aquellos que abogan por una forma extrema de la meritocracia se oponen a cualquier medida política que limite el derecho a la propiedad.

El filósofo Michael Sandel señala que se erige entonces un sistema contradictorio que funciona como una pseudo aristocracia meritocrática: al tiempo que se sostiene que la competencia entre los individuos según sus capacidades es el único sistema apropiado para definir una desigualdad justa, la persistencia de la herencia y el propietarismo altera y anula el principio fundamental de la meritocracia. Por la misma razón, el mismo Piketty proponía ya en el 2015 que si la idea era mantener un sistema de competencia meritocrática en el mercado, el Estado debía disponer impuesto a la herencia en porcentajes muy altos, de modo que se pueda asegurar que cada generación comienza la carrera al éxito en condiciones más justas.

Pero esta no es la única contradicción de fondo. El principio meritocrático y el principio hereditario remiten a sujetos sociales diferentes: la meritocracia se basa en la competencia entre individuos, mientras que la herencia remite a la familia. Esto explica la sensación de contradicción que nos invade cuando escuchamos a los jóvenes libertarios defender la libertad individual, al tiempo que se oponen a la interrupción voluntaria del embarazo y los impuestos a la herencia. Y constituye también su articulación directa con el conservadurismo y una noción estrecha de lo común. Volveremos a esto más adelante.

Es importante tener presente que la crisis de estos principios de organización de lo social, la crisis del neoliberalismo a nivel global, tiene un impacto y una temporalidad diferente en América Latina. Una de las principales características de los gobiernos populares de principios del siglo XXI en América Latina fue su tendencia anti-neoliberal, muy marcada en el discurso político pero más limitada en términos de las políticas aplicadas. 

A pesar de esto, y siguiendo el hilo de nuestro argumento, podemos hacer la siguiente lectura: Lo que en mayor medida generó la virulenta reacción conservadora contra las últimas experiencias populares en América Latina no fue su tendencia a la redistribución progresiva del ingreso, la ampliación de los derechos o la políticas de memoria y justicia; sino que fueron aquellas decisiones políticas que fueron contra la ideología neopropietarista y terminaron en expropiaciones y estatizaciones de empresas clave del sector privado. Ejemplos sobran: AySA, Ferrocarriles Argentinos, Aerolíneas Argentinas e YPF en Argentina; los recursos y las empresas energéticas, la telefonía, la metalurgia y los servicios aéreos en Bolivia; la estatización del petróleo en Venezuela; entre otros. 

Es decir, un ataque al corazón del hipercapitalismo actual, un principio que se suponía inviolable. Pero es importante hacer una salvedad. No estamos hablando de la noción de abolición de la propiedad privada. Lo que señalamos es que la construcción de una sociedad más justa, igualitaria, democrática en un sentido amplio -que incluya también los términos en que se reparte la riqueza y el producto social- necesita repensar su relación con el derecho a la propiedad, y por medio de este, el sentido de lo “común”.

Volviendo a los jóvenes y la coyuntura latinoamericana, podemos decir que la particularidad de nuestro continente es que hoy enfrenta los problemas de una crisis del neoliberalismo que se resiste a ceder su hegemonía, junto a la situación social derivada de ciertas incapacidades de los últimos gobiernos populares. 

La reacción anti-igualitarista en países como Argentina y Brasil se deriva también del contraste entre un discurso que promete mayores puestos de trabajo, aumento del salario real y mayores niveles de igualdad, con los resultados económicos concretos. Como sostiene el sociólogo Ezequiel Ipar, para los libertarios, los políticos pasan a ser mentirosos cuando “le prometen a una sociedad desigual y fragmentada que serán atendidas sus aspiraciones y anhelos de igualdad”. 

La frustración y la bronca hacia esa promesa que no se cumple deriva en el anhelo de una destrucción definitiva de la ilusión de la igualdad, y hacia el apego a un discurso meritocrático y desigualitario. Para decirlo al pasar, pero enfáticamente, el naciente gobierno chileno, con sus jóvenes militantes y funcionarios, debería tomar nota de los resultados y problemas de las experiencias populares anteriores del continente.

Lo común: un territorio en disputa

Las diversas juventudes latinoamericanas se enfrentan entonces a una coyuntura que las ubica al inicio de lo que parece ser una nueva época. Y en la construcción de ese futuro, es central la disputa por la noción de lo común. Por un lado, las juventudes conservadoras y libertarias adhieren a un sentido restringido de lo común, que lo subsume alternativamente al individuo o a la familia. Esa noción restringida de lo común se articula con la libertad negativa irrestricta y la igualdad de oportunidades, así como a un propietarismo llano y una justicia de mercado como mecanismo de distribución del producto social. 

La educación –volvemos a ella–  ocupa un lugar central en esta ideología: solo mediante una mayor formación, aumentando el propio “capital humano” es posible mejorar las condiciones de vida individuales y ganar participación en el mercado. La operación ideológica aquí, ya lo decía Adorno en los ‘50, es que hablar de la educación de los jóvenes desplaza la discusión y evita confrontar con los problemas de la desigualdad y el conflicto social en torno a cómo se distribuye la riqueza, aplazando los resultados a futuro

La educación es siempre una promesa de mayor riqueza individual en el futuro. En este sentido, actúa de manera similar a la noción de equilibrio general de la teoría económica ortodoxa: simplifica las contradicciones sociales y escapa al conflicto.

Del otro lado, las experiencias populares de América Latina se apoyaron en nociones más amplias de lo común. En este sentido, las ideas de libertad e igualdad se modifican de manera sustancial cuando se articulan y se realizan en el Estado, la Nación, la Patria Grande, la comunidad. La libertad negativa abre paso entonces la idea positiva de la libertad, es decir, los individuos realizándose en una comunidad política que se construye junto a otros individuos.

La igualdad de oportunidades abre paso a la igualdad de resultados o de posiciones, que tiene en cuenta las marcadas inequidades que afectan al punto de partida. La justicia de mercado es reemplazada por la justicia social, e incluso se modifica la función social de la educación. Finalmente, el derecho a la propiedad privada también adquiere una nueva dimensión cuando es abordado desde un sentido amplio de lo común, y su importancia pasa a ser relativa y subordinada al bienestar social. 

Como antecedente histórico, podemos mencionar a la Constitución Argentina de 1949, creada durante el primer gobierno peronista, en la que la propiedad privad adquirió un nuevo sentido, “abandonando el esquema liberal individualista y articulando otro modelo que reconocía el sentido social de la propiedad”.

Sin embargo, la mención de experiencias del pasado solo cuenta -nada más y nada menos- como aprendizajes para la acción política. A pesar de sus efectos sobre el presente, no es posible un retorno o una re-construcción del pasado. En este sentido, las juventudes de América Latina están frente a un futuro que deben construir apelando a la originalidad y la imaginación social -aunque hoy parezcan tenues-. Se trata de comprender también que la construcción de un futuro común está lejos de ser armónico, es un proceso conflictivo y abierto, en el que se juega constantemente el sentido mismo de lo que entendemos por “lo común”.

Esta nota se publicó en el marco de La Noche de las Ideas 2022:

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