Los nombres de las balas

Ilustración de un jóven con gorra que dispara pañuelos de las abuelas y madres de plaza de mayo.

441 personas fueron asesinadas por las fuerzas represivas del Estado en 2016, el año con más casos registrados desde la vuelta a la democracia. Esta cifra se incrementa con el correr de los días en la gestión de Mauricio Macri a base de políticas que planifican la miseria y buscan disciplinar con represión. ¿Cuál es el límite de la violencia institucional cuando la muerte no lo es?

*Ilustración: Daniel Pito Campos.

Una bala, solo una se necesita para sacar del planeta a una persona y convertirla en un número más de alguna estadística. Pero para que esto pase,  alguien tiene que apretar el gatillo, la diferencia radica en si es policía o civil.

Desde que asumió Cambiemos el 10 de diciembre de 2015, la violencia institucional ha ido en aumento, según los datos de la Coordinadora Contra la Represión Policial e Institucional (CORREPI), a finales del 2017 las fuerzas represivas del Estado habían asesinado a 725 personas en 722 días, siendo el 2016 el año con más casos registrados desde la vuelta a la democracia: 441 en total.

Además de crecer, el aparato represivo del Estado ha elevado en los últimos años su capacidad de acción gracias al aval del gobierno. La compra de armamento, la autorización para volver a usar armas prohibidas como la tonfa (“bastón policial”) y el hecho de que la ministra de seguridad Patricia Bullrich impulsara el cambio de protocolo para la actuación de las fuerzas de seguridad en las manifestaciones, es una prueba de esto.

La represión llevada a cabo durante el 14 de Diciembre de 2017 en el congreso frente a manifestantes que se expresaban contra la reforma previsional, da uno de los más claros ejemplos de cómo estos cambios modifican el accionar de las fuerzas hacia formas más violentas de ejercer su poder.

Según la edición 2017 del estudio internacional Rule of Law Index, que evalúa la calidad de seguridad jurídica, el Estado de Derecho y otros factores en un centenar de naciones, la Argentina está en el puesto 93, de un total de 113, en niveles de criminalidad y violencia social. El mejor posicionado en América del Sur es Uruguay en el lugar 52.

Los nombres de las balas

Todos los 8 de mayo desde 1987, se conmemora el Día Nacional de la Lucha contra la Violencia Institucional. Aquella tarde tres suboficiales de la Policía Bonaerense asesinaron a Agustín Olivera (26 años), Oscar Aredes (19) y Roberto Argañaraz (24), quienes tomaban cerveza en la esquina de Guaminí y Figueredo en Lomas de Zamora. El hecho, que marcó la primera movilización social en contra del gatillo fácil, es conocido como la masacre de Budge.

El 21 De septiembre de 2000 Darío Riquelme (16) tomó de rehén a Mariano Witis (23). Ambos fueron asesinados por el oficial Rubén Champonois quien no hizo caso a la rendición de Darío y les disparó a los dos. Raquel Witis, madre de Darío, se transformó en un emblema de la lucha contra la violencia institucional.

Luciano Arruga (16) estuvo desaparecido cinco años y ocho meses desde el 31 de enero de 2009. Había sido detenido para luego morir atropellado. La madre, Mónica Alegre, declaró en 2015 durante el juicio contra el ex oficial principal Julio Diego Torales, que su hijo se había negado a robar para la policía.

Facundo Ferreyra (12) asesinado el 8 de Marzo de este año. Fue ejecutado por la espalda, según la versión de un remisero que estuvo de testigo. Según la versión de la policía intentaron interceptar a seis jóvenes que andaban en motos a contramano y que escaparon ante su advertencia. Por esto comenzaron a disparar. Sobre la cara de Facundo se encontraron huellas de un borceguí. “Son gatillo fácil. Los han encontrado más débiles a los chicos y les han disparado”, sentencia la abuela Mercedes.

Mientras tanto los medios de comunicación no ayudan. El emblemático caso del “Polaquito” llevado al aire por el programa Periodismo Para Todos, comandado por Lanata, es un claro ejemplo de cómo los medios perforan la posible capacidad solidaria de una sociedad. Y cuando el gobierno brega por crear un país dividido entre los que tienen porque se lo merecen y los que no tienen porque “algo mal habrán hecho”, el brazo armado constituye una parte esencial para mantener su plan económico-político.

Facundo, Luciano, Nahuel, Mariano, Agustín, Oscar, Roberto, Santiago y Walter, son nombres que retumban en la conciencia de una sociedad en la que algunxs prefieren hacer oídos sordos y vista ciega ante cada cuerpo que se transforma en aire.

Formación policial

El sistema educativo transmite una idea de Estado como un ente con tres poderes, sin complejizar. De este modo se desaprovecha la instancia educativa en la formación policial como una oportunidad para crear otra idea de protección y respeto a la vida.

En el libro Cómo se construye un policía, Mariana Galvani (Licenciada en Ciencias de la Comunicación y doctora en Ciencias Sociales e investigadora del Instituto de Investigaciones Gino Germani de la Facultad de Ciencias Sociales), examina cómo la policía construye su saber para luego ejercer su profesión dentro de una sociedad contradictoria: que exige protección contra un otro amenazante y luego los acusa de una violencia que no admite como propia.

Cuestionar la formación de las fuerzas de seguridad del Estado es la primer medida para lograr cambios significativos en las formas de proteger y en lo que se entiende por esta acción. Definir esta tarea no como un deber sino como un trabajo permitiría, en principio, generar un lazo de identificación con otros trabajadores de otras ramas.

Hace tiempo el país se merece un debate profundo sobre las formas de accionar de las fuerzas policiales. El libro Contra-pedagogías de la crueldad de Rita Segato, relata un suceso ocurrido en una de las favelas en que trabajaba en Brasil. En medio de una reunión que tuvo con los líderes comunitarios de las villas le dijeron: “Nosotros no necesitamos que ustedes, antropólogos y sociólogos, nos digan por qué somos violentos. Ya sabemos que nos pasa. Nosotros necesitamos que ustedes nos expliquen cómo funciona el Estado, para poder relacionarnos con instituciones que no comprendemos totalmente y con las que necesitamos trabajar”. De esto se trata, de trabajar para mejorar el funcionamiento del Estado, explicar su rol y hacerlo legible.

Hoy, la única barrera frente a la oleada de violencia institucional es la que existió siempre: la organización de los sectores afectados. Organizarse, comunicar y continuar la lucha, siempre fueron las respuestas más acertadas hacia cualquier forma de violencia: Las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo son un claro ejemplo de organización frente a la violencia estatal; otro ejemplo es la militancia de quienes integran la revista La Garganta Poderosa, que se comprometen con la realidad de los barrios, organizando manifestaciones frente a las embestidas de las fuerzas de seguridad, como cuando Gendarmería baleó a mansalva a lxs niñxs de la murga Los Auténticos Reyes del Ritmo en la villa 1-11-14 del Bajo Flores.

Entonces, ¿cuál es el límite de la violencia institucional cuando la muerte no alcanza para serlo? No queda otra opción que la propia vida de los que quedan.

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