El crimen de los rugbiers que asesinaron a Fernando Báez Sosa puso el foco en el deporte ¿Todos los rugbiers son violentos? ¿La culpa es del deporte? ¿No ocurre igual en el fútbol masculino? La “violencia rugbier” suma al machismo otro componente: el clasista. El cóctel está servido, el pacto de caballeros también.
Ilustración: Línea Gorda.
Un grupo de rugbiers del Club Náutico Arsenal de Zárate asesinó a golpes la madrugada del sábado en la puerta del boliche “Le Brique” de Villa Gesell a Fernando Báez Sosa. El hecho conmocionó a la sociedad y puso el foco en el deporte. ¿Todos los rugbiers son violentos? Quienes practican el juego, ¿son potenciales criminales? La respuesta obvia es “no”. Básicamente porque las generalizaciones son falsas. Pero sí existe una realidad en torno a la violencia ejercida por parte de estos deportistas.
En su violencia se perpetúa la masculinidad hegemónica del patriarcado. “Más hombre” es quien más fuerte golpea, destruye, lastima. La violencia machista engloba múltiples actitudes denigrantes hacia las mujeres, las disidencias e incluso hacia los propios hombres. En el mundo futbolístico masculino, por ejemplo, también ocurre así, pero “la violencia rugbier” se destaca porque al machismo se le suma otro componente, el clasista. Siendo un deporte tutelado por las altas clases de nuestro país; el dinero, el poder y los contactos suelen generar un cóctel social llamado impunidad.
Construyendo varones
Los deportes masculinos grupales -como casi cualquier espacio de varones hetero-cis- generan un ambiente propicio para efectuar “el pacto de machos”. Este acuerdo forma parte del sostén básico del patriarcado. La complicidad entre varones sobre la violencia machista -a veces explícita, constantemente implícita- es la red que han tejido a lo largo de los siglos para coronarse como “el género fuerte”. A veces, ese pacto se quiebra: cuando un hombre denuncia a sus “compañeros”, cuando no se queda callado, cuando decide no ser parte. ¿Cómo toma la decisión de abandonar la manada un varón al que constantemente le pregonan que la grupalidad lo es todo?
El pasado diciembre, la licenciada “Cecilia Ce” -psicóloga y sexóloga- invitó en sus stories de Instagram a denunciar “rituales de iniciación” rugbiers. Los testimonios fueron escalofriantes: linchadas masivas, violaciones en los vestuarios, debuts sexuales forzados, entre varias formas de sumisión machista.
En varios testimonios se hizo referencia al conocimiento de la situación que tenían los entrenadores. ¿Por qué las propias autoridades de los clubs de rugby permiten, avalan e incitan esta violencia sistematizada como ritual? Si la ejercen entre ellos mismos como un acto positivo de crecimiento varonil, ¿cómo no aplicarla hacia tercerxs vanagloriándose de su virilidad en conjunto?
La semana pasada una jóven, “Narella R”, denunció por twitter a un grupo de rugbiers del Club Universitario La Plata por haber difundido fotos íntimas donde se encontraba teniendo relaciones sexuales. También expuso las amenazas que recibió por haber hecho pública la situación. Su denuncia fue viralizada y se sumaron varias mujeres que tuvieron la misma vivencia.
En el ambiente del fútbol masculino también han resonado hechos de violencia misógina. Es conocido el caso del jugador Ricardo Centurión, que en 2017 fue denunciado por su ex pareja luego de golpearla hasta astillarle los dientes. Actualmente el futbolista se encuentra jugando en el equipo de Vélez Sarsfield, entidad que -comisión de género mediante- impuso una cláusula en su contrato donde se establece que si incumple el estatuto social y el protocolo de violencia de género del Club, será sancionado con la rescisión del mismo.
Entonces, es posible afirmar que la cultura machista se repite como un patrón en el rugby así como en otros deportes, sin embargo el primero tiene un condimento adicional: la clase. ¿Qué ocurre cuando se combinan los privilegios de género y de clase?
Buenos muchachos
El rugby fue introducido en nuestro país a fines de 1800 por británicos aristócratas relacionados a los bancos y a las empresas ferroviarias. Desde sus comienzos se trató de un deporte para las elites y si bien actualmente se encuentra más “difundido” socialmente, sigue siendo administrado por clases socioeconómicas altas.
Rugbiers, ex rugbiers o personas cercanas al deporte destacan “los valores” proporcionados por el juego. El énfasis en las aptitudes que se desprenden de la enseñanza de la disciplina marca la dicotomía entre lo que vale y lo que no. Entre lo rico, instruido, culto y blanco vs. lo pobre, ignorante, bajo y negro. Se establece un estándar para fijar una casta pulcra y reluciente, que se encuentra alto, bien alto, y con plena consciencia de esa altura clasista, y la impunidad que conlleva.
En diciembre de 2016 una mujer denunció penalmente en Mendoza a varios rugbiers por abuso sexual agravado por acceso carnal, después de que la violaran colectivamente en una fiesta mientras ella se encontraba en estado de inconsciencia. Los imputados pagaron una fianza de $150.000 cada uno con la que recuperaron su libertad; finalmente en mayo de 2018 fueron absueltos por el Poder Judicial, a pesar de haber encontrado rastros de semen en la ropa interior de la denunciante. Dos de los imputados eran hijo y sobrino de César Biffi, en ese entonces presidente del bloque radical de la Cámara de Diputados y exintendente de Godoy Cruz.
En enero de 2006 Ariel Malvino, un argentino de 21 años, fue asesinado a golpes por tres rugbiers también argentinos, en Ferrugem Brasil. Hoy en día, catorce años después, todavía no se llevó a cabo el juicio y su homicidio continúa impune.
Basta con googlear “rugbiers violentos” que la lista arroja más de 200.000 resultados, con imágenes y videos incluidos. Cabe preguntarse entonces si se trata simplemente de hechos aislados ¿No hay conexiones en los delitos?
¿Solo un deporte?
Por supuesto que el rugby per se no es sinónimo de crimen, pero basta atar cabos para descubrir que hay una violencia sistematizada en este ambiente, y que -lo más relevante- no se toman medidas para revertirla.
Existen equipos de rugby que se construyen con otras lógicas. Un claro ejemplo es la Fundación Espartanos, una organización que, como dice su página, busca “…bajar la tasa de reincidencia delictiva promoviendo la integración, socialización y acompañamiento de personas privadas de su libertad a través del rugby, la educación, el trabajo y la espiritualidad.” El voluntariado realiza un trabajo comprometido dentro de las cárceles, fomentando el deporte y la inclusión.
También demuestran otra construcción Los Ciervos Pampas, el primer club de rugby de diversidad sexual de América Latina. Quienes se embanderan como tackleadores del homoodio y expidieron un documento en las últimas horas repudiando el asesinato del joven que disfrutaba de sus vacaciones en la playa.
En el mismo sentido se expresó Xoana Sosa, jugadora de rugby femenino en el club SITAS y ex integrante de la selección, respecto del reciente delito: “Esta violencia se detenta solo en grupos de varones, en un deporte que en un 95 por ciento es practicado por hombres; los varones actúan en manada no solo para golpear, también hay muchos casos de abusos y violaciones. Pero yo como mujer no participo en ese tipo de rituales, la problemática patriarcal es clara”.
Según estadísticas de fines del 2018 en Argentina hay 4.430 mujeres que practican rugby de forma competitiva. Siendo miles las que optan por este deporte no existe ni un solo caso de linchamiento, asesinato o violación sexual por parte de jugadoras rugbiers. ¿Qué sucede en la liga masculina?
La Unión Argentina de Rugby (UAR) realizó un escueto comunicado de prensa donde llama “fallecimiento” al homicidio de Fernando. Si bien todavía no se ha determinado la responsabilidad penal de cada rugbier involucrado, ya se comprobó pericialmente que a Fernando Báez Sosa lo asesinaron. A su vez, la UAR tomó la contundente decisión de no posicionarse frente al hecho explicitando en el documento que la violencia entre jóvenes no es exclusiva responsabilidad suya.
La violencia excede a un deporte, las opresiones patriarcales y de clase están arraigadas intrínsecamente en el entramado social, es verdad. Así como también es real que la dinámica rugby actual implica un potenciador y promotor de, como elige llamarlo la UAR en el comunicado, “la cara más cruel de un flagelo que atañe a toda la sociedad”.
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