¿Crítica social o incitación a la violencia? Joker, la película dirigida por Todd Phillips que fue un éxito de taquilla, habilitó debates sobre las injusticias del sistema en que vivimos. Pero ¿cómo presenta Hollywood a este personaje? ¿Es posible identificarnos con él y la revuelta que inicia? ¿Hay un mensaje politizado? En Estados Unidos aumentaron las medidas de seguridad a la salida de los cines, y quizá el Joker les hubiera respondido: “you wouldn’t get it”.
¿Héroe o antihéroe? ¿Víctima o victimario? ¿Locura o brillantez? Joker, la última película dirigida por Todd Phillips, se corre de lo que se suele esperar de una típica película de superhéroes, no hay superpoderes ni tampoco hombres del bien que luchan contra villanos malvados que matan por diversión, la película está más cerca del realismo que de la ciencia ficción y corre a los personajes del típico maniqueísmo para explorar sus zonas grises.
Esta versión de Joker, que no tiene nada que ver con las películas previas de DC (la productora de cómics y superhéroes que lanza películas bajo el sello de Warner Bros Entertainment), trajo consigo diversos debates. Se habló de crítica social y de incitación al homicidio. Las redes se llenaron de comentarios de todo tipo. En Estados Unidos aumentaron las medidas de seguridad a las salidas de los cines. En Argentina un hombre fue a votar vestido como el Joker.
La película fue un éxito de taquilla, ganó el León de Oro en el Festival de cine de Venecia y dos de los 11 premios Oscars a los que estuvo nominada. Está ambientada entre los ‘70 y ‘80 en Gotham, la ciudad ficticia donde transcurren las aventuras de Batman, aunque en ningún momento se intenta simular otra cosa que Nueva York. Las similitudes con la realidad no son coincidencias. Joker expone la violencia intrínseca del sistema en el que vivimos y que, por algún motivo, tendemos a normalizar. El personaje en la piel de Joaquin Phoenix (que, hay que decirlo, se desempeña de manera brillante) de alguna manera encarna un descontento social generalizado.
Arthur Fleck es presentado como una víctima del sistema que en cierto punto toma la decisión de vengarse. A partir de ahí la película toma un giro, se vuelca a un futuro distópico y abre la pregunta: ¿Qué pasaría si los sectores más desfavorecidos de nuestra sociedad decidieran rebelarse?
Ahora bien, ¿podemos decir que la película incita a la violencia? ¿el personaje del Joker se postula como un ejemplo a seguir?
La primera parte de la película se enfoca en dar a conocer el sufrimiento del personaje que más adelante se convertirá en el Joker. Un hombre que, según sus propias palabras, no fue feliz ni un solo minuto de su vida. Vive con su madre enferma, es un fracaso como comediante y sufre un trastorno neuropsiquiátrico que le provoca una risa incontrolable e incómoda. Tanto la sociedad como el Estado lo rechazan constantemente, a patadas y con recortes presupuestarios que le sacan el acceso a su medicación. Y este es un punto clave: Arthur se nos presenta como un hombre enfermo, que necesita tomar una cantidad de pastillas por día para mantenerse “estable”. No importa si su trastorno es previo o posterior a la violencia que la sociedad ejerce sobre él. Al parecer, en Hollywood para ser antisistema hay que estar loco. O loca.
Uno de los problemas más grandes de la película es que trata la enfermedad mental de manera condenatoria. Arthur no es una persona cursando una enfermedad, sino que su trastorno lo define. Y uno de los motivos principales por los cuales decide vengarse es porque su estado mental se encuentra alterado. Y porque no tiene nada que perder.
Las dos primeras acepciones de la palabra locura en el Diccionario de la Real Academia Española son: “privación del juicio o del uso de la razón” y “despropósito o gran desacierto”. Las que le siguen no son muy diferentes. Aunque en el mundo del arte la locura suele ser sinónimo de libertad y es tomada como un tipo de mirada más despierta, también funciona como una herramienta para diferenciar a esos personajes de lxs espectadores. Si bien pueden representar mensajes brillantes y podemos empatizar con su sufrimiento hasta las lágrimas, no suelen ser figuras que se presten a la identificación. El Joker es un marginal, una persona a quien el sistema expulsa constantemente, y eso nos invita a verlo mucho más como un personaje excéntrico que como uno de nosotrxs.
La figura del Joker, históricamente, es la de una víctima que se convierte en victimario. A modo de venganza decide matar a las personas que lo lastimaron, que abusaron de él de una u otra forma. Y nosotrxs, desde el otro lado de la pantalla, empatizamos con él, lo aplaudimos. Bravo. El cine lo hizo de nuevo. Pero al final de la película lo encierran en un loquero, un espacio que según el ensayista francés Michel Foucault, funciona del mismo modo que una cárcel: no está para curar a quienes están dentro, sino para proteger a lxs que estamos fuera. Y esto en la película funciona como una suerte de adoctrinamiento, una advertencia: convertirlo en ídolo es un error.
Ahora bien, más allá del estado mental de los personajes inmersos en la trama, contar una historia violenta no justifica ni incita a la violencia. Si bien hubo personas que tomaron a la figura del Joker y se disfrazaron de él en diferentes protestas sociales en Estados Unidos, Japón, Líbano, Brasil y Chile, no hubo registros concretos de aumento de violencia desde el estreno del film. Aunque a veces pareciera ser un debate saldado hace años (el cine está repleto de protagonistas violentos y criminales), la conversación vuelve a encenderse cada vez que uno de estos personajes se corre de lo esperado.
El personaje del Joker es más un reflejo que una causa de los problemas de la sociedad en la que vive. El actor Michael Moore postuló en su perfil de Facebook que el peligro que supone la película no radica en verla, sino más bien todo lo contrario. La parafernalia en relación a la supuesta violencia que podría generar Joker en lxs espectadores es, según él, “una distracción para que no miremos la violencia real” que nos corrompe a diario y que el film muestra a modo de “espejo”. ¿Será eso lo que en realidad molesta a quienes alertan sobre el peligro de ver esta película? ¿De qué nos quieren proteger?
La historia detrás del Joker sirve para concientizar y visibilizar una violencia que, a esta altura, ya es algo cotidiano. El guión es redondo, las actuaciones son brillantes y los planos perfectos. La de Phillips fue la película más controversial del año, una de las más críticas de los últimos tiempos. Pero, ¿qué tan lejos llega? ¿salimos del cine con ganas de hacer la revolución o de comprar los productos de merchandising? ¿el final de la película funciona como una alerta que nos abre los ojos o tiene más bien un efecto adormecedor? ¿nos levantamos de la butaca enojados con el mundo en el que vivimos o aplaudimos sonrientes al Joker que ya lo hizo por nosotros?
En su conversación con Murray (Robert DeNiro), Arthur insiste más de una vez en que su acto no es político. Luego de eso comienza una venganza sangrienta y transmitida por televisión a la que se le suma un grupo de fanáticxs enojadxs. Y si bien el problema no tiene que ver con la violencia o con el enojo (es entendible y es lo que vuelve a la película entretenida), el protagonista queda encerrado en un discurso vacío. Supongo que al fin y al cabo la cuestión es: la figura más crítica que nos dio la industria es la de un villano enfermo con pocas luces. (Y la de un baby yoda que fue tragado por el capitalismo). ¿Para cuándo una crítica más inteligente, Hollywood?
De todas maneras, la del Joker es una historia popular y no podemos esperar que un personaje de ficción se rebele por nosotrxs. Tampoco aplaudirlo como si lo hiciera. Esa responsabilidad sigue siendo nuestra.
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