Las últimas elecciones legislativas dejaron muchos análisis posibles y configuraron un nuevo mapa político, no sólo en el Congreso de la Nación, sino en la vida política en general. Un recorrido detallado sobre los números de las elecciones, las crisis que llevaron a la situación actual, el nuevo esquema político, las posibles alianzas de cara al futuro, las figuras fortalecidas de la oposición, el lugar de Milei en la interna del PRO, el ascenso de la derecha, el mensaje de Alberto hacia un acuerdo nacional, entre otras variables. ¿Cómo sigue el futuro político de la Argentina?
*Por Pablo M. Villarreal, Lic. en Sociología y Ciencia Política de la UBA, Magíster en Sociología Económica por el IDAES-UNSAM y becario doctoral del CONICET. Investigador del Instituto de Investigaciones Gino Germani (FSOC-UBA), donde forma parte del Grupo de Estudios Críticos sobre Ideología y Democracia (GECID).
Las elecciones legislativas confirmaron la profunda crisis de hegemonía que está atravesando la política Argentina, crisis que se desató con los efectos de la gran recesión internacional del 2009 y el conflicto por la 125, y que hoy llega a su momento más alto luego de la pandemia del COVID-19. Se conjugan en esta coyuntura la persistencia de la polarización política de los últimos años con la atomización electoral hacia los extremos típica del 2001. Por eso, las dos grandes alianzas mantuvieron un importante caudal de votos, al tiempo que las expresiones de izquierda y la derecha extrema mejoraron su performance electoral.
Uno de los síntomas más notables de esta crisis de hegemonía es que las grandes narrativas ideológicas y las palabras que usamos para designar las orientaciones políticas se encuentran desbocadas. Conceptos como socialismo, dictadura, justicia social o Estado se desplazan a gran velocidad sin estar ancladas a ningún significado estable. Aparecen palabras en el debate público traídas de otras épocas, extemporáneas, como casta o Unión Soviética.
Esta condensación de espacios, tiempos y significados que parece deformar toda identidad política, y por ende, hace imposible una discusión política racional, es el equivalente de la inflación económica al nivel de la ideología: así como no sabemos cuánto sale lo que queremos comprar; tampoco tenemos certezas de cómo leer al arco político.
La crisis amplia que atraviesa Argentina es en realidad la combinación de cuatro crisis importantes: 1) las crisis económica que ya lleva varios años, caracterizada a partir del 2012 por el estancamiento o la inestabilidad, pero con una caída marcada desde el 2018; 2) la crisis sanitarias desatada por la pandemia del COVID-19 en los últimos dos años; 3) la crisis de la masculinidad y la sociedad patriarcal a partir de la popularización del movimiento feminista, que tiene un epicentro en Argentina; y 4) todo sobre el telón de fondo de la crisis del neoliberalismo como forma de organización no solo económica, sino de las relaciones sociales en general, que empezó con la crisis de las sub prime del 2008.
En esta coyuntura, donde se encuentran esas temporalidades diversas, donde diferentes crisis se superponen, es donde adquiere mayor virulencia la reacción autoritaria y conservadora a esos procesos de cambio social. Estas turbulencias en las esferas de lo económico y lo ideológico o cultural, terminan por tener efectos sobre la política y los procesos electorales.
En ese contexto de múltiples crisis transcurrieron las elecciones legislativas 2021. En la previa, todas las encuestas daban como ganador a Juntos por el Cambio: en promedio, mostraban que se mantenía la distancia a nivel nacional y en la provincia de Buenos Aires. Las más favorables a la oposición en territorio bonaerense, daban una ampliación de la distancia a 8 puntos; las más favorables al gobierno, un acercamiento a 2,5 puntos.
Una remontada con sabor a victoria, pero…
En los hechos, el resultado le dio aire al gobierno, que logró reducir la diferencia a 1,3 puntos. Más allá de los números poco confiables de las consultoras, la lectura coyuntural arrojaba cuatro datos importantes en los días previos a la elección: primero, el gobierno había recuperado algo de la agenda y el pulso político que había perdido en la previa a las PASO; segundo, la actividad económica se había recuperado y hoy alcanza niveles mayores a los de 2019 (aunque esto no se traduzca en indicadores macro más estables); tercero, la pandemia había cedido, la campaña de vacunación dio buenos resultados y la cantidad de contagios estaban en baja; y finalmente, el gobierno contaba con un margen de crecimiento de votos con respecto a las PASO mucho mayor al de Juntos (había perdido más de 4 millones en las PASO) y era razonable un aumento de la participación electoral.
Por lo tanto, en las elecciones del domingo pasado se dio un resultado lógico: el gobierno recortó la distancia con respecto a la oposición y salió mucho mejor parado de cara los dos años que le quedan de gestión. Ahora bien, si nos ponemos a analizar los resultados en detalle, encontramos que el mapa político quedó estructurado en nuevas coordenadas que van a tener consecuencias a nivel de alianzas. Veamos.
En la provincia de Buenos Aires, Juntos por el Cambio se impuso con el 39,8% de los votos. El Frente de Todos quedó a un paso de dar vuelta la elección, recortó 3,1 puntos porcentuales de desventaja y obtuvo el 38,5%. En CABA, el gobierno también recortó la desventaja en 1,9 puntos porcentuales y se ubicó a 21,9% de la alianza oficialista en la capital. Juntos por el Cambio sacó el 47,0% de los votos, el Frente de Todos llegó al 25,1%. Los dos distritos trajeron números históricos para el peronismo en elecciones intermedias: el mejor rendimiento en CABA en los últimos 30 años, el mejor resultado bonaerense post 2001.
Sin embargo, el triunfalismo de la remontada en distritos clave no puede distraer al gobierno del mensaje que le dejaron las urnas. Lo cierto es que a nivel nacional sufrió una dura derrota. El oficialismo recortó apenas 0,7 puntos porcentuales con respecto a las PASO y perdió por una diferencia de 8,4%. La diferencia casi no se modificó, Juntos por el Cambio terminó con el 42,0% de los votos y el Frente de Todo con el 33,6%.
De esto, podemos extraer varias conclusiones. El grueso de la remontada electoral del oficialismo se dio en la provincia de Buenos Aires, en particular, en los distritos peronistas y renovadores del conurbano. El gobierno también logró dar vuelta las elecciones en Chaco y en Tierra del Fuego, aunque esto le significó un menor caudal de votos.
Tampoco hay que dejar de lado la épica símil bonaerense en San Luis, donde gobierna Alberto Rodríguez Saá. Allí el oficialismo recortó una diferencia de 10 puntos con respecto a las PASO y se quedó a 1.300 votos de dar vuelta la elección. Sin embargo, a pesar del efecto triunfalista, el resultado no deja de ser una derrota preocupante para el Frente de Todos de cara al 2023. En términos reales, recuperó apenas un cuarto de los votos que había perdido en las PASO 2021 con respecto a las presidenciales del 2019.
¿Grieta en la oposición?
Por el lado de Juntos por el Cambio, teniendo en cuenta los resultados finales, la principal conclusión es que el fundamento del triunfo está en el crecimiento del radicalismo: de las 13 provincias que ganó la principal alianza opositora, en 10 lo hizo en gran medida gracias al poder territorial de la UCR. Allí se destacan las figuras de Cornejo en Mendoza, Morales en Jujuy, Valdés en Corrientes y Facundo Manes en territorio bonaerense.
El PRO, por su parte, tiene a dos figuras que salieron fortalecidas. En menor medida, Horacio Rodríguez Larreta, porque a pesar de haber conseguido el triunfo con la estrategia Santilli-Vidal, no sacó una diferencia electoral que le permita sacar una ventaja clara sobre Mauricio Macri en la interna. En mayor medida Patricia Bullrich, que recorrió cada una de las provincias que determinaron que el peronismo pierda el quórum en el Senado por primera vez desde el retorno de la democracia.
Este mapa electoral nos permite plantear escenarios a futuro. En el oficialismo, los poderes territoriales de los intendentes y los gobernadores que pueden adjudicarse victorias electorales van a ser fundamentales de ahora en más. Son estos dirigentes del PJ del interior y del conurbano los que ganaron legitimidad y que van a poder alzar la voz para participar de las decisiones del frente. Y sin dudas van a ser escuchados, porque al perder el quorum en el Senado y con una leve mayoría en la Cámara de Diputados, el gobierno necesita afianzar y ampliar la unidad para poder asegurarse una gobernabilidad que pase más por la gestión ejecutiva que por el Congreso.
Por el lado de la oposición, el radicalismo se prepara para disputarle al PRO la candidatura presidencial de cara a 2023. El ala más permeable a otorgarle mayor poder a la UCR es la de Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal, mientras que Patricia Bullrich y Mauricio Macri se inclinan por ampliar la alianza hacia la extrema derecha para incluir a Milei. De cara al futuro, es ahí donde va a estar la mayor tensión en Juntos por el Cambio.
Algunos analistas sostienen que un quiebre en la oposición es imposible porque los une un anti-peronismo feroz, pero al mismo tiempo, la tensión con respecto a la figura de Milei puede ser el detonante de diferencias que quizás no se puedan procesar. Recordemos que durante la semana, Bullrich visitó la provincia de Mendoza, y en ese bastión de la UCR tuvo que escuchar el canto de la militancia que le reprochaba los acercamientos con el líder de los libertarios. Ayer, ya en el búnker porteño de Juntos por el Cambio, Bullrich sonrió al oír los cánticos de los militantes del PRO: “hay que saltar, hay que saltar, el que no salta es radical”. Y hay que tener en cuenta que en palabras de Milei, el “fracasado hiperinflacionario” Ricardo Alfonsín fue el peor presidente de la historia.
La derecha y su mensaje anti-política
Milei consiguió el domingo el 17,0% de los votos en CABA y se adjudicó 2 bancas en la cámara de diputados. Junto con lo cosechado por Espert en la provincia, los libertarios están llegando a las 5 bancas en la cámara baja. Este ascenso de la extrema derecha en Argentina puede explicarse a partir de articulaciones ideológicas ligadas al descontento social que se condensaron en los últimos dos años, pero tenemos que mirar también el largo plazo para comprenderlo: primero, una tendencia a la anti-política de la crisis del 2001 que se mantiene latente en la sociedad argentina a pesar de –o debido a– la repolitización de los años del kirchnerismo; segundo, el anti-estatismo, sobre todo en su intervención de corte redistributivo, que resurgió en el enfrentamiento entre gobierno y campo en el 2008; y finalmente, las restricciones a la circulación, la actividad económica y las libertades que fueron necesarias para contener la pandemia del COVID-19.
En este sentido, la coyuntura actual favorece la interpelación del discurso libertario que anuda anti-política, anti-estatismo y la apología de la libertad negativa. Ese es el núcleo ideológico de los libertarios, que se articula también con la negación del cambio climático, la rebelión impositiva, la oposición al feminismo, y por lo tanto, a la restricción de derechos. El posicionamiento ideológico de los libertarios es el reflejo de la apuesta neoliberal en el capitalismo financiero: traducir a términos económicos todas las esferas de la vida social.
De ahí el ideologema tan difícil de desmontar que sostiene que “todo derecho es un privilegio si otro lo tiene que pagar con sus impuestos”, una de las muletillas por excelencia de los jóvenes seguidores de Milei. A la extrema derecha le molesta el axioma “todo es político”, porque considera que hay esferas de lo social que deberían escapar a esa lógica. Pero al mismo tiempo, aunque no la haya articulado de manera directa, propone una frase radicalmente opuesta: “todo es económico”. Por eso, la idea de justicia social es otra de las banderas del peronismo que los libertarios aborrecen, oponiéndose radicalmente al igualitarismo, uno de los pilares de la democracia tal como la entendemos. De ahí su tufillo anti democrático que se confirma cuando Milei se reivindica admirador de Donald Trump o Jair Bolsonaro.
El problema que enfrenta Javier Milei es que el discurso que lo llevó a obtener una banca en la cámara de diputados ya no es adecuado al nuevo rol que deberá asumir en política. De ahora en más, toda alusión a la casta política –de la que forma parte– va a generar una contradicción en su discurso y lo va a dejar más expuesto, sobre todo porque a partir del desgaste de la función pública, los debates en lo que va a tener que participar e incluso sus posibles errores políticos. Además, la figura de Milei se alimenta de la bronca y la incertidumbre que provocan las múltiples crisis que el país atraviesa actualmente. Por eso, el león libertario va a tener que construir una narrativa nueva que sirva para justificar su participación política y su posicionamiento ideológico en el contexto de un posible crecimiento económico. De no lograrlo, lo más probable es que termine siendo un socio minoritario de Juntos por el Cambio.
Visto así, el futuro de la política nacional está en manos del oficialismo. Su principal objetivo es el de garantizar la estabilidad de una alianza amplia que le de gobernabilidad y le permita implementar las políticas necesarias para salir de la crisis económica, con la pandemia ya bajo control. El gobierno va a lograr reducir la presencia de ese voto castigo que le hizo perder las elecciones si consigue que la incipiente recuperación económica se traduzca en datos macro económicos más estables, sobre todo en la contención de la inflación y el aumento del salario real. Esto abre varios interrogantes de cara al futuro.
Hacia un acuerdo nacional
En principio, cabe preguntarse ¿cuánto de toda esta incertidumbre y frustración que impacta en los procesos políticos se disipa al salir de la pandemia? El resultado de las elecciones deja también esa sensación de volver un poco a la normalidad en los procesos políticos, de que sucede lo esperable. Esa normalización se lee también en el aumento de la participación, la caída del voto en blanco y de alguna manera, en la reducción del voto bronca. Habrá que ver si esta tendencia continúa a medida que la actividad sea retomada a pleno. Pero también hay que tener en cuenta que si enfrentamos una nueva ola de contagios, ya no hay margen para un nuevo encierro.
Una segunda incógnita está planteada en las relaciones con el FMI. La capacidad del gobierno para impulsar la demanda agregada y la reactivación económica va a depender de qué tipo de acuerdo cierre con el FMI. Y esto es central. Cuando Mauricio Macri volvió a endeudarse con el fondo en 2018, no solo dejó entrar una masa de dólares que terminaron en una colosal fuga de capitales; dejó entrar también a un actor político de peso, que impone condiciones económicas a nivel local y tiene efectos sobre las alianzas y el proceso político.
Esta incertidumbre a nivel político que genera el acuerdo con el FMI es lo que está detrás del llamado a un gran consenso nacional que hizo el domingo por la noche Alberto Fernández. El llamado tiene dos intencionalidades políticas: si puede hacerse efectivo y los demás actores del arco político participan, el gobierno va a salir fortalecido; si lo demás actores políticos se niegan a participar, el gobierno puede utilizar ese llamado como una herramienta política que le permita ubicarse en el centro de la escena. Lo que pueda suceder con esta propuesta es otra pregunta planteada a futuro.
La idea de un acuerdo nacional que permita no solo salir de la situación de crisis, sino establecer consensos básicos para el desarrollo de Argentina es algo que se repite en todo el arco oficialista: es una propuesta que Massa enarboló primero, es algo que Alberto Fernández repite constantemente, e incluso Cristina Kirchner sostiene esta idea desde que presentaba Sinceramente en diversos puntos del país. Desde la oposición también se hacen eco de este discurso consensualista. Sin embargo, hay varios problemas con esa idea, algunos más abstractos y otros más concretos.
Entre los primeros, se puede decir que los grandes acuerdos políticos no suelen ser igualitarios, sino que se construyen de manera asimétrica y en los términos que propone una de las partes, la de mayor poder. Siempre es uno de los actores el que impone las condiciones. Y en este momento de crisis de hegemonía, no hay actores que sean capaces de imponer sus condiciones. Otro problema es que los acuerdos amplios vienen con fecha de vencimiento, porque a la larga, las contradicciones terminan por manifestarse. Pero de forma concreta, algunos actores ni siquiera se muestran dispuestos al diálogo, ni en los hechos ni en las palabras. En ese sentido, Patricia Bullrich o Rodríguez Larreta ya rechazaron de plano el diálogo con el gobierno, por lo que esa salida parece lejana.
De camino hacia el futuro
Otra cuestión central de ahora en más va a ser la disputa por una narrativa verosímil sobre el futuro. De cierta forma, la política puede ser entendida como una disputa por el sentido del pasado y el futuro, y en esa batalla, ninguna fuerza política logra articular un discurso convincente. En un contexto de incertidumbre y frustración social, como el que atravesamos en este momento de múltiples crisis, una narrativa convincente sobre el futuro y la salida hacia el bienestar social es un capital político sumamente importante.
De este modo se puede comprender también la insistencia de Cristina Kirchner en la necesidad de un debate amplio sobre qué hacer con el país, cuál es el sendero a seguir. Ese debate está planteado al interior del oficialismo, y en la crisis política post-PASO quedó expuesto. Y aunque esas diferencias en el Frente de Todos puedan ser síntomas de debilidad, también puede ser entendido como un capital político si el gobierno logra imponer ese debate a las demás fuerzas políticas y ocupar el centro de la agenda.
Finalmente, quizás haya un problema más grave que todo lo que venimos analizando en el horizonte: si el contexto de crisis persiste durante más tiempo, existe la posibilidad de que lo que se perciba como agotado por la ciudadanía no sean los dirigentes políticos, sino las mismas instituciones y el lenguaje de la política democrática. Hoy no tenemos garantías de que la fatiga con las promesas incumplidas de la democracia no se terminen transformando en un odio hacia sus instituciones y, finalmente, hacia sus valores. La dirigencia política, tanto en el oficialismo como en la oposición, debe tener esto en el radar de los problemas actuales de la Argentina.
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