Si pensamos en la lógica del tiempo de las plataformas digitales, se parece a una carrera infinita entre cantidad de likes, reproducciones y comentarios; pero es más bien una competencia identitaria: el devenir de los números nos indica en quiénes nos estamos convirtiendo. Si bien los términos y condiciones (T&C) señalan la adquisición de nuestros datos, no nos hablan de la estrategia de configuración de subjetividades que propicia el consumo de la plataforma: Desde el momento en que habitamos una red social, somos parte de la carrera, ausentarnos supondría la descalificación.
*Ilustración: Matias De Brasi para Alta Trama.
Si pensamos en el grado de apropiación actual del celular en nuestra cotidianidad, nos cuesta distinguir qué características tiene como objeto y cuáles como espacio, como punto de partida hacia diferentes universos en simultáneo. A esta altura, pensar en el celular solamente como un objeto que posibilita la apertura hacia otras experiencias, suena simplista y poco crítico. Ya hemos experimentado lo suficiente las cualidades de lo virtual como para poder ir más allá.
El celular es un espacio en sí mismo en la medida en que maneja su (y nuestra) propia lógica temporal. Cuando Hine se refiere a Internet como artefacto cultural, no lo hace intentando reducir Internet a un objeto, más bien nos habla sobre la contingencia: como con Internet, las relaciones que establecemos con nuestros celulares podrían haber sido otras.
He aquí la utilidad de acudir a la contingencia: nuestros vínculos con lxs otrxs, con nosotrxs mismxs y con las tecnologías podrían ser otras de acuerdo a la constitución de nuestros contextos culturales, que dicho sea de paso, también producimos nosotrxs y el modo en que consumimos.
Si el celular implica pensar en una lógica espacio temporal determinada es porque lo que allí sucede propone ciertas reglas de juego que colonizan al menos parcialmente los hábitos de consumo. Cuando me refiero a lo que allí sucede, hablo de los contratos tácitos que nos proponen las plataformas a nosotrxs, usuarixs, para utilizar sus productos, que paradójicamente son en gran medida los datos que nosotrxs generamos. Si bien los términos y condiciones (T&C) visibles señalan claramente sobre la aprobación de la adquisición de nuestros datos, no nos hablan de la estrategia de configuración de subjetividades que propicia el consumo de la plataforma.
Si pensamos en la lógica del tiempo identificable en el uso de las plataformas digitales, podemos pensar que se parece a una carrera infinita. Una competencia que aparenta ser solo numérica; cantidad de likes, de episodios vistos y de playlists creadas, de reproducciones de videos, de comentarios, de reacciones. Pero es más bien una competencia identitaria: el devenir de los números nos indica en quiénes nos estamos convirtiendo. Desde el momento en que habitamos una red social, somos parte de la carrera, ausentarnos supondría la descalificación.
Lo más desalentador de esta lectura es que, si lo miramos con detenimiento, terminamos revelando una carrera contra nosotrxs mismos, o eso que llaman el autostalkeo, el hábito de recorrer nuestras propias vidas para ver a qué altura estamos de lo que deberíamos ser.
El ejemplo de la carrera nos permite señalar sus principales exigencias: velocidad y ritmo constante. Participar de una carrera implica un estado activo, concentrado, inmutable. La actividad continua no habilita la reflexión, no habilita la digestión de los resultados de la competencia.
Tenemos que terminar de correr para evaluar integralmente cuánto nos gustó nuestra performance, la de lxs demás, lo que nos pasó, eso que vivimos mientras corríamos. Podemos acceder a reflejos momentáneos, fugaces acerca de ciertas sensaciones que tuvimos mientras corríamos. En una carrera, el anhelo de la llegada, el hecho de pensar siempre en lo que ocurrirá después, pospone y limita los cuestionamientos respecto a lo que está sucediendo ahora.
Como en la vida, en las carreras, en el uso de las plataformas, también hay que saber cuándo parar. Y no, definitivamente no hay cláusulas en los T&C de las plataformas que nos indiquen cuán nocivo para la salud es la exposición sin frenos a los contenidos digitales.
Analizar la lógica temporal en la que vivimos no es una cuestión que sólo y principalmente atañe a la salud; se trata más bien de voluntad política, decidir cómo queremos ser en este momento histórico. Analizar cómo hacemos lo que hacemos, es habitar los huecos que aquellos creadores de plataformas no pudieron vaticinar.
No cabe duda de que la mítica frase “el tiempo es dinero” adjudicada a Benjamin Franklin, utilizada hace más de 200 años y conocida comúnmente como una técnica de estimulación al trabajo por parte de jefes a subalternos, no ha perdido vigencia en absoluto.
Si en el período histórico del surgimiento de la frase, el propósito central del emblema tenía que ver con impartir las bondades del trabajo duro y estricto durante la jornada laboral asignada para garantizar la movilidad social, podemos observar que la polémica acerca de la meritocracia no es un proceso reciente, sino que tiene estrecha relación con una determinada forma de entender el tiempo, y por lo tanto, la forma en que entendemos nuestra historia. Porque cuanto más tiempo estemos destinados a entregar, mayores serán los méritos. De ahí la concepción de las horas extras, utilizada en la esfera del trabajo tanto formal como informal.
Hacer horas extras, entregar más tiempo, implica una demostración de mayor compromiso y en consecuencia, la obtención de más dinero. Y aunque la mayoría de nuestros salarios siguen estando determinados en función del valor hora, las condiciones y los flujos de trabajo han alterado la forma en que internalizamos el paso del tiempo. Ya no es tan fácil hallar los huecos entre las horas, diferenciar entre cuántas horas trabajamos y cuántas dedicamos a otras actividades.
En la medida en que se desdibujan los márgenes de nuestra dedicación horaria a las exigencias de otrxs ¿quién dispone del dinero de nuestro tiempo?
En este sentido, quizá podríamos encontrar una resignificación de la frase “el tiempo es dinero” en el imperativo “estar al día”, ampliamente utilizado en muchos aspectos de lo cotidiano: estar al día con las tareas del colegio, de la facultad, con las tareas solicitadas por lxs jefxs, con la limpieza de la casa, con el pago de servicios y de alquiler.
“Estar al día” se convierte en una naturalización de la lógica disciplinaria del tiempo. De esta manera, si pensamos en los conceptos “ganar tiempo” y “perder tiempo”, claramente la primera representa una forma positiva y la segunda, una negativa, dando cuenta de una estructura social que no solo califica a los sujetxs por lo que tienen, sino por lo que hacen con un tiempo del que paradójicamente no son del todo dueñxs.
Por eso, es importante pensar en qué medida el tiempo es nuestro y en qué medida el universo de ciertas plataformas digitales, aparentemente libre de limitaciones de cualquier tipo, alimenta una lógica de disciplina disfrazada de autodeterminación.
Malén Denis, escritora y periodista argentina, expuso de manera interesante en su newsletter semanal Glitch, sobre la necesidad de evaluar y tomar decisiones respecto al modo en que consumimos una oferta digital inabarcable.
Las plataformas digitales constituyen una esfera de poder que impone sus propias relaciones micropolíticas, con el objetivo de organizar la reproducción de su propio universo. No es azaroso que plataformas audiovisuales como Netflix lancen la temporada completa en lugar de episodios por separado con una frecuencia determinada. Es una decisión económica y en consecuencia, política.
El rechazo a la dosificación es un signo de nuestro tiempo, siempre hay algo para nosotrxs en la pantalla, pensado exclusivamente para nosotrxs. Sin embargo, nuestra capacidad de agencia no es nula en ningún sentido y eso es lo que vuelve interesante al análisis; podemos dejar de ver, pero decidimos no hacerlo.
Según Berlant, “la serialidad de la reiteración protege al sujeto de experimentar la intolerable presión de su propia ambivalencia ante aquello por lo que siente el apego”. Esta invitación a permanecer sumada a nuestra voluntad de permanecer, logra que no cuestionemos lo que consumimos, cómo y por qué lo consumimos.
¿Pero no suena bastante simplista el hecho de que nuestra capacidad de apropiarnos de nuestro manejo del tiempo dependa de una decisión individual?
Tomar el camino de lo conocido, mantener ese ritmo confiable nos otorga cierta seguridad respecto al universo de relaciones, de consumos y de hábitos que ya hemos creado. Por eso, no sería justo adjudicarnos la entera responsabilidad por no tomar mejores decisiones si en el ecosistema de relaciones en que estamos insertos, y en el cual incesantemente velamos por un sentido de pertenencia, impera esta lógica del manejo del tiempo.
En Instagram, el aviso “Estás al día” se acompaña de una tilde de color que confirma el carácter positivo de no habernos perdido nada de lo ocurrido en la plataforma. Pero automáticamente, ante el gesto casi inconsciente del scroll, nuevamente aparece la oferta de contenido que nos estaríamos perdiendo si no fuera por los desarrolladorxs de la plataforma. Esta oferta que sigue al aviso, implica una invitación a seguir mirando, a permanecer, porque no es posible estar al día si no es a través de la explotación del tiempo.
Nuestro tiempo corre, nosotrxs corremos, con el fin de alcanzar aquella satisfacción que promete el consumo de ciertos contenidos digitales, impidiendo la misma satisfacción en la medida en que todos los objetos que se exponen ante nosotrxs son simples treguas compensatorias en una sociedad que seguirá rigiéndose por la insatisfacción.
Es importante cuestionar la formación de qué tipo de sujetxs estimula esta lógica del tiempo si se nos exige cada vez más adaptarnos a la cultura del upgrade, actualizarnos como garantía de mejora, no dejarnos estar.
Es posible que una forma de (re)conocer nuestras prácticas sea lo que Berlant llama interrumpir el presente, y de esta manera afirmar una posición política acerca de lo que hacemos con nuestro tiempo hoy.
Por eso, es tarea nuestra como usuarixs, pensar en qué sujetos queremos convertirnos. En un intento de tirarnos un salvavidas, les quiero decir que lxs creadorxs de plataformas pueden mucho, pero no pueden prever de antemano y para siempre, de qué manera vamos a apropiarnos de sus tecnologías.
Los comentarios están cerrados.