La salud mental en la sala de espera

“Cualquiera de las dos opciones la llevaba al mismo lugar: la muerte. Quizás fuera ese el fin de todo y hasta ahí había llegado su vida -y no por culpa del coronavirus-. Todo eso pensó, supuso, infirió, mientras abrazaba el suelo frío intentando sobrevivir…”. Lucía, 24 años, contó su padecimiento de salud mental durante la cuarentena, junto a otras cinco personas que prestaron testimonio. El coronavirus desnudó las debilidades de los sistemas de salud del mundo entero, afectando a las poblaciones física y mentalmente. La salud mental es una faceta que no fue del todo abordada por los Estados: ¿Puede ser la pandemia una oportunidad para que pongamos en real dimensión la importancia que tiene el bienestar psíquico y emocional de las personas? 

El Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO) terminó en la zona de AMBA a principios de noviembre. Fueron más de siete meses de cuarentena, es decir, más de 200 días en los cuales lxs argentinxs estuvimos encerradxs en nuestras casas, algunos lugares con más flexibilidad que otros, pero en todos con cantidad suficiente de casos de COVID-19 como para incitar a las personas a que no salgan. 

¿Cuál fue el impacto de un encierro tan prolongado en la salud mental de las personas? y ¿de qué forma se podría abordar esta problemática?, nos preguntamos y hablamos con protagonistas que contaron sus vivencias y especialistas que hablaron al respecto.

Debido al estigma que lamentablemente aún cargan los padecimientos de salud mental, los nombres de quienes brindaron sus testimonios fueron cambiados, a pedido de lxs mismxs, para preservar su integridad. 

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Lucía (24) es asmática desde su adolescencia y, como antecedente cercano, su padre sobrevivió a un accidente cerebro vascular (ACV). Nunca había vivido una situación vinculada a la salud mental ni tampoco sintió antes la necesidad de hacer terapia. Su ejemplo más cercano es el de su mejor amiga a quien le recetaron un tratamiento farmacológico por ansiedad y depresión; pero respecto a su propia salud mental, supo naturalizar el hecho de “no estar del todo bien” o “no estar siempre feliz”, algo que, según sus propias palabras, se volvió “un techo cada vez más alto.” 

Una noche de ASPO durante el mes de mayo en La Plata estaba estudiando para un examen de la Facultad de Derecho que rendiría en dos semanas. Mientras tecleaba en la computadora sintió cómo de repente su corazón empezaba a latir más rápido de lo habitual. Quiso pararse pero mantener el equilibrio se volvió una tarea muy difícil. Estaba acostumbrada a lidiar con la taquicardia, pero esa vez era diferente: los mareos le impedían relajarse y un calor corporal comenzó a sofocarla hasta el punto de hacerla transpirar. 

Siguiendo su instinto se tiró al piso boca abajo y apoyó el pecho en el suelo buscando un poco de frío. Recordó el ACV que había tenido su papá y supuso que quizás ella estaba atravesando lo mismo; o también podía ser el ataque de asma del que siempre le habían advertido pero que nunca le había tocado atravesar. Cualquiera de las dos opciones la llevaba al mismo lugar: la muerte. Quizás fuera ese el fin de todo y hasta ahí había llegado su vida y no por culpa del coronavirus. Todo eso pensó, supuso, infirió, mientras abrazaba el suelo frío intentando sobrevivir… 

Por fin, las palpitaciones bajaron. Pudo pararse y abrir la ventana para tomar aire. A los pocos segundos tomó su celular y escribió en el grupo de Whatsapp que tiene con sus amigas, un poco para pedir ayuda y otro poco para despedirse, ya que la sensación de muerte seguía presente. 

A las 3:30 am de un sábado tuvo la suerte de que una de esas amigas que está por recibirse en la Facultad de Medicina estaba despierta y la ayudó a relajarse. Luego de algunas horas su cuerpo se tranquilizó, dejó de sentir ese calor insoportable y pudo dormir. “Los días previos al ataque de pánico venía sintiendo ansiedad pero lo interpretaba como algo que tenía que bancar porque no quedaba otra”, dice Lucía.

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El día 10 de octubre fue el día Mundial de la Salud Mental y la Organización Mundial de la Salud se pronunció al respecto con el lema: “Por un aumento a gran escala de la inversión en salud mental”. El objetivo fue visibilizar que los problemas de salud mental están muy extendidos en la sociedad y que por ello necesitan ser abordados con mayor relevancia en la salud pública y a nivel comunicacional. Tiene muy mala prensa la salud mental y la “enfermedad mental”.

Al respecto, Santiago Levín, presidente de la Asociación Argentina de Psiquiatras (AAP), dijo en su columna semanal en la radio Futurock que: “Pese a que la Organización de Naciones Unidas recomendó que un 10% del presupuesto que los Estados invierten en salud pública sea destinado al cuidado de la salud mental, lo cierto es que la enorme mayoría de los países destina menos de ese porcentaje”, y agregó que en América latina “la mayoría de los países no llega al 2% de esa inversión, a pesar de que una de cada cuatro enfermedades que hay actualmente en el país tiene que ver directa o indirectamente con algún problema de índole psicosocial”.    

Durante el último tiempo se ha hablado mucho en los medios de comunicación del deterioro en la salud mental producto de la pandemia. Sobre esto Santiago es enfático: “Hay una diferencia entre expresar preocupación y empujar una transformación real. Resolver los problemas de salud mental requiere una gran inversión durante varios años y en general no sirve para ganar elecciones”. 

Hay una gran necesidad de aumentar la cantidad de enfermeros y enfermeras especializados en salud mental. Un caso emblemático es el de los hospitales monovalentes, u hospitales psiquiátricos, los cuales terminan siendo en la gran mayoría de los casos lugares de hacinamiento y vivienda de personas que si no estuvieran ahí probablemente vivirían en la calle.

El Observatorio de Psicología Social de la Universidad de Buenos Aires (OPSA) realiza informes todos los meses sobre el impacto de la crisis sanitaria en la salud mental de la población. El último se publicó a principios del mes de octubre y contó con una encuesta realizada entre los días 20 y 26 de septiembre a más de 3600 personas mayores de 18 años de los grandes conglomerados del país luego de cumplidos 180 días de cuarentena.

Las palabras que más utilizaron las personas encuestadas para describir su estado de ánimo durante los últimos meses fueron “hartazgo” y “cansancio”, a las que le siguieron “tristeza”, “ansiedad”, “depresión”, “desesperación” (estas dos últimas fueron apareciendo cada vez más a lo largo de los meses) e “incertidumbre” (que en los primeros informes aparecía con más frecuencia). 

A su vez, el 67% de las personas reconoció que le asustaba mucho o un poco la idea de contagiarse. Un 19% dijo que no le asustaba casi nada la posibilidad de contagio y un 14% descartó la idea. También se les preguntó si durante el aislamiento creyeron haberse contagiado en algún momento. El 55% respondió que sí, el 49% dijo que lo pensó algunas veces, mientras que el 6% dijo que lo pensaba todo el tiempo.

Sin embargo, el estudio también tuvo en cuenta aspectos que lxs encuestadxs consideraron positivos. Ante la pregunta de si la cuarentena les había dejado algún aprendizaje o enseñanza las palabras “unión”, “paciencia”, “valores”, “familia” y “solidaridad” fueron mencionadas, aunque la más elegida por lxs encuestadxs fue “nada/ninguna”. 

Este estudio fue coordinado por el Secretario de Investigaciones de la Facultad de Psicología, Martín Etchevers. 

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Daniela (26) es estudiante de medicina de la Universidad Nacional de La Plata y al igual que muchxs, vio aplazada la finalización de su carrera debido a la suspensión de las Prácticas Finales Obligatorias (PFO) en los hospitales para obtener el título. Durante los primeros meses del ASPO pudo continuar de manera virtual con las materias que le quedaban y con los ensayos de su grupo de teatro. 

Cuando el cuatrimestre académico finalizó a Daniela los días se le volvieron demasiado largos. No había obras de teatro ni ensayos; tampoco perspectiva de recibirse y buscar trabajo porque las prácticas en hospitales continuaban (hasta el día de hoy continúan) suspendidas. Poco antes de la pandemia su madre había fallecido. Daniela comenzó a tener llantos que no duraban unos pocos minutos, sino mucho más. Varios minutos, varias veces al día. La idea de la muerte se fusionó con la sensación de que no podría volver a sentir algo parecido a la alegría. El aire comenzaba a faltarle cada vez más. 

“Mi compañero, con quien convivo, tuvo un rol fundamental en mi crisis, ya que debido a esa desesperación y sensación de muerte que tenía le gritaba y le hablaba mal sin ninguna razón. No es fácil manejar una situación de desequilibrio, por más que quien lo esté padeciendo sea alguien que querés mucho”, dice Daniela.

Junto con su psiquiatra consensuaron empezar un tratamiento con benzodiazepinas, es decir, ansiolíticos que se venden bajo recetas, de los cuales el clonazepam es de los más conocidos y, lamentablemente, más distribuidos y consumidos sin receta ni prescripción médica.  La idea del tratamiento era regularizar el sueño y bajar los niveles de ansiedad en los momentos en que Daniela se sintiera “desbordada”. 

Como estudiante de medicina, Daniela piensa que el sistema de salud además de ser hospitalocéntrico se sostiene bajo un paradigma biologicista, por la excesiva centralidad de las medicaciones en los tratamientos en general. “En los tratamientos de salud mental es muy importante el rol de la psicoterapia y del contexto emocional de la persona. No es lo mismo una persona que tiene un trabajo estable, un hogar, una familia y amigxs que la contenga, que alguien que no tiene nada de eso. En el primer caso hay muchas más chances de que la persona consiga estabilizarse y hacer una vida normal”, considera.

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Magali Agnelo es fotógrafa, estudiante de ciencias de la educación y psicoeducadora. Compartiendo en sus redes sociales fotos, imágenes y videos sobre su experiencia con el trastorno bipolar (una enfermedad crónica) comenzó, sin saberlo, a ejercer un trabajo de difusión sobre padecimientos y trastornos de salud mental . En las historias destacadas de su cuenta de Instagram se pueden ver publicaciones sobre el trastorno bipolar: de qué se trata, qué se siente atravesarlo, mitos alrededor de las personas que lo padecen y testimonios de lxs mismxs.  

Ya teniendo el diagnóstico de trastorno bipolar participó de una charla sobre cannabis medicinal donde le presentaron un cuadro sinóptico de tres círculos, sobre cómo sobrellevar una discapacidad psicosocial crónica o eventual. 

Magali explica este cuadro sinóptico de la siguiente manera: “Muchas veces, cuando una persona recibe un diagnóstico, se piensa que se busca resolver el problema únicamente con tratamiento farmacológico y no es así. Sin dudas es una base para estabilizar a la persona, pero solamente para eso. El tratamiento psicológico es una parte muy importante para una rehabilitación”, enfatiza. Por último, el más importante según ella, es el entorno social de la persona. “Supongamos que una persona toma la medicación todos los días para estabilizarse y va a terapia, pero cuando llega a su casa su familia no le brinda cariño sino que lo ‘basurea’ o no le puede dar la contención que necesita. Pensemos quizás que además, no tiene trabajo ni actividades lúdicas en las que pueda dispersarse y socializar con pares. El tratamiento psiquiátrico y psicológico no van a ser suficientes para la situación de esa persona. Es por eso que este círculo es el más grande, el que engloba a los otros dos”, concluye.

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Fatima (25) había tenido episodios de mucha ansiedad y angustias prolongadas durante el 2019 y la terapia psicológica no resultó suficiente, por lo que decidió consultar con un psiquiatra. Cuando comenzó el ASPO se encontraba estable gracias al tratamiento farmacológico y en un principio, no se vio profundamente afectada: cursaba de manera virtual, lo cual la ayudó a organizar mejor sus tiempos, y llevaba desde antes una vida bastante casera junto a su hermano en un departamento. 

Empezaron a pasar los días, las semanas, los meses; se iban agregando días, semanas y meses y con ello, la imposibilidad de ver amigxs y familiares que son sostén emocional. Los episodios de angustia y depresión cobraron más fuerza. A los días enteros sin querer salir de la cama se le sumó la ansiedad a la hora de salir a la calle a comprar comida o productos esenciales. Por todo esto Fátima se vio en la necesidad de pedirle a su psiquiatra que aumentara la dosis de la medicación. 

Fátima considera que el acceso a un tratamiento psicológico y psiquiátrico (que le ayudó mucho a atravesar la pandemia) es un privilegio que ella tiene, así como también la compañía de su hermano y la contención virtual con su familia y mis amigxs. En cuanto tuvieron la oportunidad de volver a su pueblo en la provincia de Buenos Aires (en el que la cuarentena es más flexible), volvieron. “El tratamiento psicológico y psiquiátrico sigue siendo caro e inaccesible para un gran porcentaje de la población. Además hay un estigma social muy grande sobre las personas con trastornos y enfermedades mentales”, dice la joven y concluye: “El estado de incertidumbre social y económica atenta contra la salud y la estabilidad mental”.

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Natalia (23) estaba a punto de irse a dormir cuando recibió un mensaje del novio de su vecina pidiéndole que por favor vaya a tocarle la puerta, que una ambulancia estaba a punto de llegar. La chica apenas podía mantenerse en pie. Habitualmente consumía ansiolíticos sin receta para soportar el estrés y la angustia que estaba viviendo desde fines de marzo. Hoy Natalia no sabe con exactitud qué cantidad de pastillas había tomado su vecina esa noche. Al menos cinco veces más de lo que tomaba a diario. “Al final la ambulancia nunca llegó. Sí llegó el novio que se quedó a dormir. Yo intenté ayudarla los días que siguieron, pero era muy difícil. Me ponía muy mal que ella estuviera así”, cuenta. 

Al inicio del Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio en La Plata ella apenas conocía a sus compañerxs de piso del edificio. Con el pasar de las semanas eran como cualquier otro grupo de amigxs. Empezaron a llevarse bien y a contenerse entre ellxs. La vecina (Natalia prefiere no decir su nombre), estaba un poco apartada de ese grupo, pero como no había otra gente de su edad empezaron a llevarse. La noche de la sobredosis de clonazepam fue un antes y un después en su cuarentena.

“Si bien me sentía mal por tener que estar aislada y prefería cursar en el aula antes que virtualmente, la venía llevando más o menos bien”, cuenta. Después de ese episodio el novio de la vecina habló con Natalia porque era con la que más se llevaba del edificio. “Quería que me hiciera más amiga de ella, para que la acompañara”. Si bien en un principio Natalia accedió, luego fue un estrés más tener que lidiar con otra persona con altibajos de humor y ataques de ansiedad, que llegaron a incluir gritos y violencia verbal. 

Llegado el mes de agosto apenas quería salir de su departamento. Las materias que le quedan del tercer año de biotecnología en la UNLP las puede cursar de manera virtual, por lo que eso ya no representaba un problema para regresar a su pueblo en La Pampa, donde hoy se encuentra posiblemente hasta el fin de la pandemia. “Ahora estoy haciendo terapia y con eso la voy llevando. Es difícil volver a lo de mis viejxs pero lo prefiero… antes que la soledad del aislamiento”.

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El anuncio del 19 de marzo establecía una cuarentena de dos semanas, pero bastaba con ver lo que había hecho el coronavirus en otros países para sospechar que en realidad, iba a ser más largo. A muchas personas la falta de una previsibilidad que permita proyectar debido a un aislamiento que parecía no tener fin les empezó a generar una ansiedad difícil de contener.

“Hay síntomas que son esperables en este tipo de situaciones, como la irritabilidad y la ansiedad. Un horizonte de incertidumbre es un factor muy importante que nosotros llamamos estresógeno”, dice Diego Sarasola, psiquiatra y director general del Instituto de Neurociencias Alexander Luria de La Plata, entrevistado sobre el impacto psicológico de la pandemia y la cuarentena en el canal de YouTube del Doctor y Comunicador Ricardo López Santi. 

Sarasola hace una distinción entre dos tipos de impacto de la pandemia en nuestra psiquis: el patológico y el normal. “No hay forma de que una persona que debe cambiar su rutina y su forma de vida en contra de su propia voluntad no tenga un impacto psicológico”, y agrega: “Obviamente va a haber una diferencia entre una persona que ya venía con un tratamiento y otra que tuvo que acudir a las medicaciones por esta situación que es absolutamente excepcional para todos”. Es muy enfático en que hay que acudir a la consulta con un profesional a la hora de comenzar a consumir fármacos psiquiátricos. “Es muy importante no automedicarse. No consumir ansiolíticos que tenga papá, mamá, el tío, el abuelo o cualquier familiar. Esa es una costumbre que está tristemente difundida en nuestro país”. 

Existe una enfermedad conocida como el Síndrome de la Cabaña: es la sensación de miedo a salir al exterior luego de un largo periodo de aislamiento en un mismo lugar y muchas veces puede derivar en patologías como claustrofobia o agorafobia. En esta pandemia en la que, como muchas veces repitió el Presidente, el virus no busca a la gente sino que la gente busca al virus cuando sale y se expone, la sensación de miedo a contagiarse es más que comprensible. 

Sobre esto el profesional de la salud dijo: “que uno tienda a informarse de la situación y a causa de eso se preocupe es algo esperable. El problema es cuando ese impacto psicológico empieza a generar verdaderos trastorno”. Y recomendó evitar lo que él llama la intoxicación informativa: “Está bien informarse cotidianamente sobre lo que sucede en el lugar donde vivimos, pero  hay que tratar de evitar que esa información nos inunde y nos invada en el cotidiano ya que puede alterarnos demasiado. Con informarse una o dos veces al día debería ser suficiente” 

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Jorge (39) es actor, documentalista y guionista de la ciudad de La Plata. Participó en la película-documental Los fuegos internos (2020), que cuenta la historia de tres amigos que se conocieron estando internados en el hospital psiquiátrico de Romero y al salir decidieron vivir juntos. En dicho cortometraje, Jorge se interpretó a sí mismo, por lo que la película fue un testimonio de su proceso de externación luego de vivir el encierro en el hospital psiquiátrico de Romero.

Hoy forma parte del colectivo de artistas El cisne del arte, y participa en el programa de radio Razonamiento Desencadenado de Radio Estación Sur de La Plata. Muchos de sus compañeros de la Casa de Día están viviendo un nerviosismo general, cuenta. En su caso, solo menciona problemas con su peso, por lo que considera que atraviesa la pandemia con más calma. “A alguien que venía con un tratamiento psiquiátrico la pandemia le afecta mucho”, dijo.

Algunos profesionales de la salud están empezando a hablar de “distanciamiento sanitario” enfatizando que no hay “distanciamiento social”, ya que en realidad estar cerca de las personas que queremos y que nos quieren es necesario para preservar la salud mental. Al respecto Jorge piensa que las tecnologías y aplicaciones como Zoom sirvieron mucho para no dejar de lado el calor humano, puntualmente resalta los eventos virtuales en los que estuvo junto a Laura Lago, la Directora de Los fuegos internos.  “Estar en esas actividades fue muy lindo para sentir eso, la conexión con la gente que la vio, le gustó y te lo hace saber”.

Desde el Estado se tomaron medidas para contener a la población y cuidarla del virus, pero para Jorge se puso el foco casi únicamente en lo económico (tal es el caso del Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) de $10.000 para trabajadorxs informales y personas desempleadas, y los préstamos ATP para evitar el quiebre de empresas), pero que faltaron medidas para cuidar a la población en otro aspecto: “Entiendo que es lógico que no hayan podido habilitar antes las salidas recreativas, para caminar por ejemplo. Pero también es cierto que si mantenemos la distancia para no contagiarnos, podemos salir a despejarnos que es igual de importante”, dijo. “Nos quedamos con la idea de que se hace lo que se puede con lo que se tiene. Tengo amigos que tuvieron que suspender la externación y volver al psiquiátrico”.   

“La psicoterapia siempre depende de las ganas que tenga cada uno de hacerla, pero me parece fundamental poder acceder a ella cuando se necesita, el psicólogo o psicóloga te ayuda cuando tenés tantas disyuntivas en tu cabeza que no podés con la angustia y el estrés que genera”.

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El 2020 será un año recordado por marcar un antes y un después en el siglo XXI, en parte por la pandemia del COVID-19 que obligó a recluirse en cuarentena a un tercio de la población mundial durante meses, pero también por los cambios estructurales que va a empujar esta tragedia que ocurre cada 100 años.

Mayor inversión en Salud Mental fue la consigna que la OMS decidió promover este año en el día dedicado a la difusión y concientización sobre esta problemática ya que, según relevamientos y estudios de la organización, un tercio de las discapacidades a nivel mundial son del tipo psicosocial; y si bien las discapacidades se experimentan de forma individual la solución puede (y debe) ser colectiva, mediante la educación, la divulgación y la psicoeducación.

Los gobernantes de los países que promulgaron la cuarentena para disminuir la cantidad de víctimas del coronavirus hicieron foco en que nadie se salva solo, resaltando así la importancia de la solidaridad para no contagiarse y quedarse en la casa para no llevar el virus a personas de riesgo. Con la salud psicosocial la consigna podría ser similar: Nadie se salva solx de esta pandemia interna.

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