“Uno de cada cuatro niños o niñas que han sufrido aislamiento por COVID-19 presenta síntomas depresivos y/o de ansiedad”. Entre la virtualidad y la presencialidad escolar, quedó a la deriva la salud mental de lxs niñxs y adolescentes: ¿Será momento de pensar a las instituciones educativas como nuevos espacios vinculares, donde las emociones y el sentir a través del arte tengan el mismo valor que «el saber» y la palabra? La seguridad no solo pasa por los protocolos de salud e higiene, sino también por el cuidado de la dimensión emocional y social de las infancias.
*Ilustración: @unaflordibujando para Alta Trama.
El 2020 implicó varias etapas pedagógicas que se fueron anclando a las distintas fases de la administración del aislamiento por parte de los distintos gobiernos. Esto dio lugar a innumerables problemáticas que se fueron resolviendo a lo largo del año lectivo, sin embargo, frente a tantas exigencias y cuestiones por resolver, quedaron descuidadas las cuestiones que atañen a lo emocional y psicológico de todxs lxs integrantes de la comunidad educativa.
Aunque todavía existen dudas sobre cuál será la afectación psicológica de lxs niñxs y adolescentes en el corto, mediano y largo plazo, la organización Unicef enumera en su artículo Los efectos de la cuarentena y desescalada en la salud mental de la infancia y adolescencia los siguientes datos:
- “Uno de cada cuatro niños o niñas que han sufrido aislamiento por Covid-19 presenta síntomas depresivos y/o de ansiedad.
- El impacto que la pandemia y el confinamiento podrían tener en la salud mental de la infancia y adolescencia ha evidenciado la necesidad de ofrecer a este colectivo la atención específica que precisa.
- En la desescalada puede darse el temor a salir a la calle, el estrés ante problemas socioeconómicos familiares o los temores asociados a la vuelta al colegio.”
En 2021 nos volvemos a encontrar con la presencialidad escolar, una muy distinta a la que conocíamos hasta el 2019. Si bien podríamos hacer una descripción de los nuevos protocolos a seguir, llevaría un apartado especial ya que existen tantos protocolos como instituciones educativas en el país.
Sin embargo, sabemos que la organización principal responde al sistema de burbujas sanitarias escolares, “compuestas por estudiantes, por personal administrativo, docente y no docente que comparten oficinas y espacios de trabajo, manteniendo las medidas de prevención estipuladas por el Protocolo General para el Retorno Seguro a Clases Presenciales”.
Algunas preguntas
¿Pensamos en cómo se sienten lxs niñxs luego de atravesar tantas fluctuaciones en su cotidianidad? ¿Cómo se sintieron al tener que volver a una escuela en donde la educadora o educador se encuentra a una distancia determinada con un barbijo y una máscara, en un aula con pocos compañerxs? o ¿cómo atraviesan este proceso de transformación de lo que llamamos vinculación?
Cuando personas o cosas están vinculadas significa que comparten algún tipo de nexo, un “elemento que sirve de unión o relación”, en este caso puntual sería la escuela. Es en este sentido que podríamos preguntarnos:
¿Qué impacto emocional tuvo pasar de tener ese nexo común como un espacio físico, comunitario, un lugar de encuentro y aprendizaje, a tenerlo de manera individualizada a través de la virtualidad?
Y siguiendo en esta línea, ¿qué impacto e influencia emocional tiene volver a clases presenciales de una manera totalmente distinta a la anterior? ¿Con qué recursos cuentan lxs niñxs para sobrellevar todas estas experiencias vividas?
A la hora de repensar las emociones en la planeación del reencuentro, podemos pensar en un antes, un durante y un después de volver a las aulas. Antes de la pandemia la institución escolar se presentaba como un lugar seguro, en el que lxs niñxs que concurrían contaban con una contención por parte de una red social que se conforma dentro del establecimiento.
Con la llegada de la pandemia y la imposibilidad de asistir de manera presencial a dicho espacio, nos encontramos con una representación distinta de la escuela. Ese lugar seguro pasó a ser uno “peligroso”, con un alto potencial de propagar contagios de Covid-19.
Por ende, es necesario resignificar la seguridad escolar y con ella, la representación social de escuela con la que han tenido que convivir lxs niñxs. Se trata de abordar la seguridad no solo desde las medidas de salud e higiene, sino también desde la dimensión emocional y social.
Algunas respuestas
Los impactos son y serán variados, subjetivos y colectivos. De ahí que sea interesante tener en cuenta que Unicef elaboró un artículo llamado El reencuentro en la vuelta a las clases presenciales, para docentes, familias y estudiantes, donde describen distintos desafíos en torno a la presencialidad y las clases escolares, detallándose la importancia de entender que como individuos hemos transitado este tiempo de aislamiento de manera diferente con situaciones y circunstancias muy distintas.
Los miedos y la incertidumbre son solo una parte del vasto espectro de emociones que hemos vivido en este tiempo. La convivencia con la familia u otrxs referentes, la posibilidad de haber estado enfermx o que alguien querido lo esté.
La alegría de haber podido continuar conectadxs con la escuela o la desazón de no contar con los recursos para hacerlo, también forman parte de todo aquello que ha hecho sentir, pensar y vivir distinto. Estas emociones serán un desafío para la comunidad educativa en pos de encontrar las formas y los medios para poder expresarlas, visibilizarlas.
Siguiendo esta línea, es interesante acudir a los aportes que realizan las psicólogas infanto juveniles españolas Julia García Olivera y Carmen de Manuel Vicente, que sostienen que la situación creada por el coronavirus se ha convertido en un factor de riesgo psicopatológico que afecta a la aparición, evolución y gravedad, de algunos trastornos mentales como depresión, ansiedad, estrés postraumático, fobias y rituales, entre otros.
En su artículo publicado en mayo del año pasado, Efectos psicológicos en los niños producidos por el COVID-19: ¿Una nueva pandemia?, detallan la existencia de distintas señales de malestar psicológico en lxs niñxs de las cuales sería importante estar atentxs. Algunas de ellas son:
“Querrán volver a dormir con los padres, mojarán la cama por las noches, tendrán rabietas, les asustará la oscuridad, se apegarán más a sus padres, hablarán con un lenguaje más infantil”. Conductas propias de cuando eran más pequeñxs.
Además la aparición de manifestaciones de tristeza, ansiedad, irritabilidad, mayor desobediencia. También pueden expresar este malestar psicológico a través del cuerpo y se quejarán de diferentes dolores de estómago, cabeza, etc.
En línea con lo anterior, La Asociacion de Psicologos y Residentes (ANPIR) plantean que actualmente ya se disponen de datos que comienzan a arrojar algo de luz sobre la repercusión que el confinamiento tiene en nuestra población infantil y adolescente.
En sintonía con Unicef, estipulan que uno de cada cuatro niñxs presentaría síntomas depresivos y/o de ansiedad. A este dato alarmante se suman otros factores que repercuten en la salud mental de niñxs y adolscentes, como preocupaciones familiares sobre el futuro económico o el aumento de los trastornos de salud mental en lxs adultxs de su entorno, por mencionar algunos.
Otra de las aristas se debe al miedo al contagio, que puede hacer que se obsesionen con la limpieza y aparezcan rituales de lavado reiterado de manos, incluso pueden llegar a imponérselos al resto del grupo familiar. También los cambios en los hábitos alimentarios y la disminución del ejercicio físico pueden tener diferentes consecuencias, entre ellas, las psicológicas.
En cuanto a las relaciones sociales y la vinculación con sus pares se pueden visualizar variados conflictos. Niñxs con problemas previos de timidez y de habilidades sociales se han sentido muy cómodxs al no tener que relacionarse con lxs demás. Pero esta “comodidad” mantenida durante todo este tiempo puede aumentar las dificultades de relacionarse tras el desconfinamiento.
El contacto virtual ha sido una herramienta válida durante el aislamiento, aunque también ha aumentado el riesgo de ciberacoso y de adicción a las tecnologías por el mayor tiempo dedicado a las pantallas (televisión, computadora, tablet, celular). Situaciones que tienen un alto impacto en la atención y concentración de lxs niñxs para llevar adelante tareas que demanden mayor tiempo de elaboración.
Son muchos los ámbitos relativos a la salud mental de la infancia y adolescencia que se vieron afectados por el periodo de confinamiento, y a su vez por esta nueva modalidad educativa y vincular, así como por los cambios que se están produciendo a la hora de retomar las actividades de la vida cotidiana: aspectos relacionados con los vínculos familiares, las pérdidas de seres queridos, la seguridad e integridad personal, el aprendizaje, las dificultades de comportamiento o los problemas de desarrollo, la aparición y evolución de trastornos mentales.
Es importante considerar que este malestar psicológico influye en la experiencia educativa de lxs niñxs. De allí que sea tan necesario detectarlo y pensar herramientas para reelaborarlo en función de una posible convivencia entre dichas emociones y el proceso de enseñanza-aprendizaje.
El arte como puente a la reelaboración emocional
“El arte nunca será una técnica. Es algo más, infinitamente mucho más que eso. El arte es una respuesta a la vida y ser artista es emprender una manera riesgosa de vivir, es adoptar una de las mayores formas de libertad, es no hacer concesiones.” Antonio Berni.
Las preguntas y la información postuladas hasta el momento, nos llevan a pensar que existe una necesidad de modificación del paradigma educativo, ya que el mismo no responde a las necesidades actuales. Una de ellas es la reelaboración emocional, la cual brindaría posibilidades de cuidar la salud mental de las infancias.
Cuando hablo de reelaboración emocional, y específicamente en el ámbito educativo, me refiero a recuperar el espacio escolar como un lugar seguro donde poder expresar las emociones vividas en este tiempo, recuperar el cuerpo y la presencia en el encuentro, se trata de darle un nuevo valor a la fortaleza del tejido social que nos contiene en el marco de nuestra comunidad escolar.
La escuela es un lugar seguro cuando nos cuidamos entre todxs, nos respetamos y podemos hablar y compartir lo que sentimos. Además, la atención a lxs niñxs, adolescentes y a sus familias, conlleva una finalidad preventiva, en términos de salud mental, que queremos subrayar especialmente como prioridad en los tiempos que vienen.
Vamos a necesitar adaptar nuestras actuaciones a las necesidades individuales, marcadas por criterios específicos definidos en esta población por su desarrollo psíquico, asociado a la edad, junto con otros de carácter social y epidemiológico.
Ahora, ¿con qué herramientas contamos para llevar a cabo dicha regulación y reelaboracion de las emociones? Una de ellas, es el arte. Y en torno a esto, podemos preguntarnos ¿cuánta importancia se le da dentro de la educación escolar al arte? ¿cuánto sabemos de los beneficios que tiene?
Escuchamos cotidianamente frases como: “el arte es un medio de expresión”, pero ¿sabemos de qué hablamos cuando hablamos de expresión? ¿Expresión de qué? ¿Y para qué? ¿Es importante? ¿O solo lo asociamos a cuestiones recreativas?
El arte es un medio de expresión porque posee recursos moldeadores de emociones. De forma breve podemos decir que las emociones nos preparan para manejar sucesos importantes, sin tener que pensar en lo que hay hacer, en ese momento actuamos en función de ellas, aunque es importante tener presente una reelaboración de las mismas.
Poder realizar esta reelaboración no es algo fácil, escribir qué nos pasa siempre es complejo, quizás por esto mismo el arte es una alternativa importante, porque a través del mismo y de sus innumerables aristas se pueden llegar a la expresión sin la necesidad de la palabra.
Edith Kramer, austriaca pionera del arteterapia, sostiene que tanto en el arte como en el arteterapia se establece un diálogo interior, es decir que la actividad artística permite conectar con aquello que sentimos y nos brinda la posibilidad de darle forma, figura, movimiento e inclusive palabra.
A su vez ordena las relaciones con el mundo exterior produciendo, a través de un proceso creador que funciona como una manera de dar salida a los impulsos internos, representar emociones incomprensibles y poder ubicarlas en el caos externo.
Es decir, la simbolización de los sentimientos y experiencias en unas imágenes puede ser un medio de expresión y comunicación más poderosa que la descripción verbal, y al mismo tiempo puede hacer que estos sentimientos y estas experiencias sean menos amenazantes.
El bienestar psicológico de las infancias como horizonte
La educación emocional debe ser una de las prioridades en la agenda educativa, la persona, en este caso puntual niñxs y adolescentes, tiene que dejar de considerarse una máquina que responde a distintas funciones separadas, buscando el mayor rendimiento posible para un sistema que oprime debilidades.
En relación a esto y teniendo en cuenta las diversas problemáticas en salud mental que se presentan día a día en lxs niñxs, considero que es importante replantearnos qué necesidades están teniendo nuestras infancias, a pesar de que no siempre aparecen de forma clara y evidente.
Los procesos psicológicos se gestan a lo largo del tiempo, surgiendo a raíz de ellos los malestares emocionales, de ahí que la prevención sea un campo vital a tener en cuenta.
Es importante actuar de forma urgente en los ámbitos de promoción del bienestar psicológico en las infancias, así como en la detección de las necesidades que hayan podido surgir o que se hayan agravado en el contexto de la pandemia, con el fin de garantizar el derecho a la salud mental de niñxs y adolescentes.
En cuanto al bienestar psicológico de lxs niñxs y adolescentes, debemos saber que el mismo se divide en tres facetas: El bienestar personal (pensamientos positivos como el optimismo, la calma, el autoestima, la confianza en sí mismos); el bienestar interpersonal (relaciones con los demás, el cuidado responsable y sensible, el sentido de pertenencia, la capacidad de estar cerca de los demás); y las capacidades y el conocimiento (capacidad de aprender, de tomar decisiones positivas, de responder a los retos de la vida y de expresarse).
Frente a esto, vuelvo a proponer al arte como una herramienta, como ese medio para entender al ser humano, para comprender que las palabras no alcanzan para regular las emociones. Es el puente que le podemos brindar a las infancias para fomentar esa capacidad de expresión y de dar respuestas a las demandas internas y externas.
Es interesante pensar a este nuevo paradigma educacional, que se va construyendo en pos de la transformación, como aquel que tenga en su agenda de propuestas la inclusión del arte de forma continua y cotidiana dentro de la currícula, en pos de lograr una trayectoria educativa más sana y emotiva en las nuevas infancias.
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