El impacto de la pandemia en la salud mental es una problemática aún en estudio: 1 de cada 4 jóvenes experimentan depresión, 1 de cada 5 ansiedad y el 46 % siente menor motivación para realizar actividades que normalmente disfrutaba. ¿Son las juventudes la representación de lo que nos pasa como sociedad? ¿Por qué sentimos agotamiento y distimia o “ganas de no hacer nada”? La angustia es aquello que no se nombra, entonces: ¿Qué podemos hacer para mantenernos en pie? O mejor, ¿para salir a flote?
*Por Magdalena Creig, Licenciada en Psicología.
*Ilustración de Penélope Chauvié para Alta Trama.
El 2022 comenzó en Argentina con lo que llamamos la tercera ola, la amplia circulación de las variantes de coronavirus Delta y Omicron implicaron un exponencial incremento de casos. Con más del 70 % de la población vacunada y el pase sanitario en marcha, los discursos cotidianos y las noticias de todos los días vuelven a estar protagonizadas por el COVID-19.
Sin embargo, no es igual que a los inicios de la pandemia donde todo era incertidumbre, miedo y nos encontrábamos expectantes a las coordenadas emitidas por el Ministerio de Salud para saber qué hacer y qué no hacer. Hoy en día ya sabemos bastante más, pero a diferencia de los inicios, esta tercera ola nos encuentra con un agotamiento emocional representado en estados de ánimos bajos, ganas de no hacer nada, cansancio prolongado, sensación de frustración y desborde emocional, falta de motivación para proyectar, fatiga, entre otras. Y si bien es algo que pareciera verse representado en la mayoría de las personas, en donde lo notamos con gran prevalencia es en lxs jóvenes.
“Las estimaciones muestran que uno de cada cuatro jóvenes en todo el mundo experimenta síntomas de depresión clínicamente elevados, mientras que uno de cada cinco tiene síntomas de ansiedad clínicamente elevados. Y lo que es más alarmante, estos síntomas se agravan con el tiempo”, advirtió la doctora Nicole Racine, asociada postdoctoral y psicóloga clínica.
Por otro lado, un reciente estudio realizado por UNICEF muestra que la crisis del COVID-19 tuvo un importante impacto en la salud mental de las y los adolescentes y jóvenes de Latinoamérica y el Caribe, arrojando datos en donde evidencian que un 46 % reporta tener menos motivación para realizar actividades que normalmente disfrutaba. En esa línea, un 36 % se siente menos motivadx para realizar actividades habituales.
El índice de bienestar y estrés en los trabajadores de Argentina, que año a año mide el Observatorio de Tendencias de la Universidad Siglo 21, muestran cifras que indican que, por tercer año consecutivo, se registra un aumento en los niveles de estrés crónico y agotamiento emocional. Actualmente, más del 25% de la población siente la mayor parte del tiempo que no tiene energía para ir a trabajar y que se siente tan cansadx constantemente.
El desinterés, el desgano y la falta de participación son tres preocupaciones que emergen en las consultas de muchxs de lxs jóvenes contemporáneos; es interesante poder pensar el contexto cultural y económico actual, sus lazos sociales a través de la virtualidad, las demandas del mismo para comprender por qué las percepciones sobre el futuro de los jóvenes se encuentran negativamente afectadas. Considerando esto podríamos preguntarnos: ¿Son lxs jóvenes la representación de lo que nos está pasando como sociedad?
¿Por qué sentimos agotamiento?
Para responder esta pregunta en primer lugar tenemos que saber que el nivel de agotamiento emocional es un indicador de salud mental pública. Cuando las personas se exponen durante un tiempo prolongado a niveles altos de estrés comienzan aparecer problemas emocionales y enfermedades mentales. En segundo lugar, para saber el porqué de esta sensación de cansancio y fatiga, podemos pensarnos en función a dos cuestiones: tiempo prolongado y estrés.
1) Comencemos por tiempo prolongado: Desde marzo de 2020 en Argentina nuestras vidas cambian constantemente; ya van dos años en que se nos exige como cuerpo social y nos exigimos a nosotrxs mismxs como individuos, una adaptación rápida y flexible a las fluctuaciones constantes que tienen impacto en todas las áreas de nuestra vida: laboral, económica, social, educacional, cultural. Dichas fluctuaciones requieren un plus de energía y recursos personales.
Pasamos de modalidades presenciales a virtuales, con las implicancias de entender, aprender y crear nuevas formas de trabajo y de vinculación. Dos años siguiendo las novedades de otros países, anticipando nuevas variantes y especulando con el momento de arribo a nuestro territorio. Dos años en donde el mundo no paró, la vida no se detuvo y hubo que seguir igual “a pesar de”.
La pandemia nos confronta con el hecho de seguir ligados al deseo a pesar de que nos enfrentamos a un abanico de imposibilidades y modificaciones de nuestras vidas, como pérdidas de rutinas habituales, restricciones impensadas, planes suspendidos, metas frustradas, ilusiones canceladas, cambios en los tiempos, entre otras. Desde marzo de 2020 que hay que seguir trabajando, estudiando, consumiendo; el imperativo es seguir, no importa a qué costo. Dos años, 730 días en los que el tiempo no se detuvo y el COVID tampoco.
2) Sigamos por el estrés: Es importante diferenciar entre el estrés agudo y el estrés crónico. El estrés agudo se produce en momentos puntuales y de forma temporal, como respuesta a la experimentación de uno o varios sucesos altamente estresantes.
Aunque el estrés puede ser positivo en pequeñas dosis, ya que nos permite reaccionar y adaptarnos a los distintos acontecimientos y sus estímulos, en dosis elevadas puede afectar a nuestra salud tanto mental como física.
El estrés puede ser crónico, y esta es una forma más dañina de experimentar la condición. Cuando el estrés se prolonga en el tiempo, se produce un agotamiento físico, emocional y/o mental que tiene consecuencias en la autoestima y la salud de la persona afectada, provocando incluso una severa depresión.
Si el tiempo no para, ¿cómo seguimos?
Ante el imperativo de no parar, propongo un alto para sugerir algunas preguntas que nos permitan reconocernos en esta teoría: ¿Qué sucesos viviste durante estos años de pandemia? ¿cómo respondiste a ellos? ¿Qué emociones te causaron esos sucesos? ¿Tuviste pérdidas en estos dos años? ¿tuviste logros? ¿tuviste fracasos?
Quizás cuando comencemos a preguntarnos notemos que nuestro cerebro funciona como los reels de fin de año que coparon Instagram el mes pasado: un video de un minuto en donde al compás de la música aparecen muchas de las fotos que tomaste en este tiempo de manera fugaz.
Pero para poder procesar cada momento, es necesario poner la la cabeza en “slow” y dar tiempo a cada “foto respuesta”, vayamos al detalle, intentemos volver a sentir las sensaciones que tuvimos en ese momento, y si es necesario demos lugar a repensarlas una y otra vez. En tu mente no es necesario que se vea linda o con filtro, tampoco es necesario que tenga una buena música de fondo y que solo aparezcan los momentos que representan para vos algo lindo. También demos tiempo a los fracasos, a las tristezas, a la soledad.
Por otro lado, el Licenciado en Psicología y Magíster Carlos Spontón sostiene que si bien existen distintas formas de transitar colectivamente una crisis; todas tienen en común tres factores propios de las personas (y grupos) resilientes.
Uno de ellos es buscarle un sentido al sufrimiento presente. Frente a lo traumático de la situación no se trata de negar y pensar “está todo bien, ya pasará”, sino de encontrar maneras activas y significativas de transitar la realidad buscando responder por ejemplo a la pregunta: “¿Qué es lo mejor que se puede hacer en esta situación?”.
Otro factor es enfocarse en cuidar a los demás y no solo perseguir objetivos individuales, esto produce un bienestar que se experimenta cuando contribuimos al bienestar de otras personas. Por último, enfocarse en la construcción del mejor futuro posible, esto implica aceptar las pérdidas y construir a partir de la detección de nuevas oportunidades, apoyándonos en nuestras fortalezas como comunidad, en nuestro capital social y el conocimiento disponible.
Para poder responder a la pregunta ¿por qué estamos agotadxs?, necesitamos realizar un movimiento que implique un reconocimiento de las propias sensaciones que cada sujeto fue viviendo.
El agotamiento trae consigo angustia, y la angustia es aquello que no se nombra. Para empatizar con la distimia juvenil y acompañar a lxs jovenes desde un lugar de mayor amorosidad, hay un recorrido subjetivo y personal por el que podemos empezar: Hacernos preguntas habilita a mirarnos y dar palabra, en el medio de tantos eventos que fuimos atravesando.
Entender de dónde proviene el cansancio nos va a permitir ir en busca de nuevas estrategias cognitivas y psicológicas (ideas), afectivas (sentimientos), motivacionales (impulso e iniciativa) y conductuales (acciones) para seguir en pie… o salir a flote.
Esta nota se publicó en el marco de La Noche de las Ideas 2022:
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